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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 84<br />

Mary Shelley<br />

navegó por el aire, sus aspas recubiertas de plumas surcando la<br />

atmósfera propicia. A pesar del motivo melancólico de mi viaje,<br />

me sentía elevado por una creciente esperanza, por el avance veloz<br />

del vehículo aéreo, por la balsámica visita del sol. <strong>El</strong> piloto<br />

apenas movía el timón plumado, y el fino mecanismo de las alas,<br />

del todo desplegadas, emitía un murmullo suave y sedante. Abajo<br />

se distinguían llanuras y colinas mientras nosotros, sin resistencias,<br />

avanzábamos seguros y rápidos, como el cisne silvestre<br />

en su migración primaveral. La máquina obedecía el menor movimiento<br />

del timón y, con el viento constante, no había impedimento<br />

ninguno a nuestro avance. Tal es el poder del <strong>hombre</strong><br />

sobre los elementos; un poder largamente perseguido y al fin alcanzado;<br />

y sin embargo ya anticipado en tiempos remotos por el<br />

príncipe de los poetas, cuyos versos citaba yo para asombro de<br />

mi piloto cuando le revelé los siglos que llevaban escritos:<br />

Oh, ingenio humano, capaz de muchos males inventar.<br />

Buscas extrañas artes: quién había de pensar<br />

que harías como a un ave ligera<br />

a un <strong>hombre</strong> pesado volar<br />

y su camino por cielos despejados encontrar.*<br />

Aterricé en Perth. Y aunque me sentía muy fatigado por la exposición<br />

continuada al aire, no quise descansar, sino que cambié<br />

un medio de transporte por otro. Seguí por tierra lo que había<br />

iniciado por el aire y me dirigí a Dunkeld. Amanecía cuando llegué<br />

al pie de las colinas. Tras la revolución de las eras, la colina<br />

de Birnam volvía a estar cubierta de vegetación joven, mientras<br />

que algunos pinos más viejos, plantados a principios del siglo xix<br />

por el duque de Athol, conferían solemnidad y belleza al paisaje.<br />

<strong>El</strong> sol naciente tiñó primero las copas de los árboles. Y mi mente,<br />

que mi infancia transcurrida en las montañas había vuelto sensible<br />

a las gracias de la naturaleza, y ahora a punto de reunirse con<br />

* De The Tale of Daedalus («La historia de Dédalo»), erróneamente atribuida<br />

a William Shakespeare hasta mediados del siglo xix, escrita en realidad por<br />

Thomas Heywood. (N. del T.)<br />

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