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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 198<br />

Mary Shelley<br />

ella en los meses más cálidos. Sin embargo, ni la peste ni la guerra<br />

impedirían a Perdita seguir a su señor ni la llevarían a plantear<br />

objeción alguna a sus planes. Estar cerca de él, recibir su amor,<br />

sentir que volvía a ser suyo, constituían el colmo de sus deseos. <strong>El</strong><br />

objeto de su vida era darle placer. Así había sido antes, pero con<br />

una diferencia; en el pasado, sin preverlo ni pensarlo, le había hecho<br />

feliz siéndolo ella también, y ante cualquier decisión consultaba<br />

sus propios deseos, pues no se diferenciaban de los de su<br />

amado. Ahora, en cambio, no se tenía en cuenta a sí misma, sacrificando<br />

incluso la inquietud que le causaba su salud y bienestar,<br />

decidida como estaba a no oponerse a ninguno de sus planes.<br />

A Raymond le espoleaban el amor del pueblo griego, la sed de<br />

gloria y el odio que sentía por el gobierno bárbaro bajo el que él<br />

mismo había sufrido hasta casi la muerte. Deseaba devolver a los<br />

atenienses el amor que le habían demostrado, mantener vivas las<br />

imágenes de esplendor asociadas a su nombre y erradicar de Europa<br />

un poder que, mientras todas las demás naciones avanzaban<br />

en civilización, permanecía inmóvil, como monumento de antigua<br />

barbarie. Yo, por mi parte, habiendo logrado la reconciliación<br />

de Raymond y Perdita, me sentía impaciente por regresar a<br />

Inglaterra. Pero su petición sincera, unida a mi curiosidad creciente<br />

y a una angustia indefinida por presenciar la catástrofe, al<br />

parecer inminente, de la larga historia bélica de Grecia y Turquía,<br />

me llevaron a consentir en prolongar mi periodo de residencia en<br />

suelo heleno hasta el otoño.<br />

Tan pronto como la salud de Raymond estuvo lo bastante restablecida<br />

se preparó para unirse al campamento griego, que se<br />

había concentrado cerca de Kishan, ciudad de cierta importancia<br />

situada al este del río Hebrus. En ella se instalarían Perdita y Clara<br />

hasta que se produjera la esperada batalla. Salimos de Atenas<br />

el segundo día de junio. Raymond había ganado peso y color. Si<br />

bien yo ya no veía el brillo lozano de la juventud en su rostro maduro,<br />

si bien las preocupaciones habían surcado su frente,<br />

y en el campo de su belleza profundas trincheras cavado,*<br />

* Soneto 2, William Shakespeare, adaptado por la autora. (N. del T.)<br />

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