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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 125<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

Aquella misma tarde se presentó sólo en la dirección indicada.<br />

La pobreza, la suciedad y la miseria caracterizaban el lugar.<br />

«¡Ah! –pensó–. Me queda tanto por hacer antes de que Inglaterra<br />

se convierta en un paraíso...» Llamó a la puerta, que se abrió<br />

cuando alguien, desde arriba, tiró de una cuerda. La escalera cochambrosa<br />

y decrépita apareció ante él, pero nadie salió a recibirlo.<br />

Volvió a llamar, en vano, e impaciente por el retraso, decidió<br />

subir a oscuras el primer tramo de peldaños rotos. Su<br />

principal deseo, sobre todo después de haber visto con sus propios<br />

ojos el estado de abyección en que se encontraba la morada<br />

del artista, era ayudar a alguien que, dotado de talento, carecía<br />

de todo lo demás. Se representó en la imaginación a un joven de<br />

ojos brillantes, revestido de genio pero menguado por el hambre.<br />

Temía que su visita no le agradara, pero confiaba en saber administrar<br />

su generosa bondad con delicadeza, para no despertar rechazo<br />

en él. ¿Qué corazón humano se cierra del todo a la amabilidad?<br />

Y aunque la pobreza, cuando es excesiva, puede volver a<br />

quien la padece incapaz de aceptar la supuesta degradación de un<br />

beneficio, el celo de su benefactor ha de lograr al fin que muestre<br />

agradecimiento. Aquellos pensamientos alentaron a Raymond,<br />

que se hallaba ya frente a la puerta del <strong>último</strong> piso del edificio.<br />

Tras intentar sin éxito acceder a las otras habitaciones de la planta,<br />

percibió, justo en el rellano de ésta, unas babuchas turcas. La<br />

puerta estaba entreabierta, pero tras ella reinaba el silencio. Era<br />

probable que el inquilino se hubiera ausentado, pero seguro de<br />

haber dado con la dirección correcta, nuestro intrépido Protector<br />

sintió la tentación de entrar para dejar una bolsa de monedas sobre<br />

la mesa antes de abandonar discretamente la estancia. Resuelto<br />

a hacerlo así, empujó despacio la puerta y al momento descubrió<br />

que el cuarto estaba habitado.<br />

Raymond no había visitado nunca las viviendas de los más necesitados,<br />

y la visión que se presentó ante él le causó un fuerte impacto:<br />

el suelo estaba hundido en varios lugares, las paredes desconchadas<br />

y desnudas, el techo manchado de humedad. En un<br />

rincón vio una cama destartalada. Sólo había dos sillas en el<br />

cuarto, además de una mesa vieja y rota, sobre la que reposaba<br />

una palmatoria de hojalata con una vela encendida. Y sin embar-<br />

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