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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 264<br />

Mary Shelley<br />

La calma regresó a la metrópolis y a las ciudades más populosas,<br />

antes presas de la desesperación. Y volvimos a contemplar<br />

las calamidades desde la distancia, a preguntarnos si el futuro nos<br />

depararía algo de alivio a sus excesos. Era agosto, de modo que<br />

no se albergaban grandes esperanzas de mejora durante la estación<br />

calurosa. Por el contrario, la enfermedad cobró mayor virulencia,<br />

mientras las hambrunas proseguían con su labor acostumbrada.<br />

Miles de personas morían sin que nadie las llorara,<br />

pues junto a los cuerpos aún calientes, quienes se lamentaban de<br />

la pérdida enmudecían también, vencidos por la muerte.<br />

<strong>El</strong> 18 de ese mes llegaron a Londres noticias de que la plaga<br />

había hecho acto de presencia en Francia y en Italia. Al principio<br />

se trataba de susurros que nadie se atrevía a pronunciar en voz<br />

alta. Cuando alguien se encontraba con un amigo en la calle, se<br />

limitaba a exclamar, sin detenerse siquiera: «Ya lo sabes, ¿verdad?»,<br />

mientras que el otro, con expresión de miedo y terror, respondía:<br />

«¿Qué va a ser de nosotros?» Finalmente la información<br />

apareció en un periódico, intercalada en una página poco leída:<br />

«Lamentamos informar de que ya no existe duda sobre la presencia<br />

de la peste en Livorno, Génova y Marsella». A la noticia<br />

no seguía comentario alguno, y cada lector, asustado, aportaba el<br />

suyo. Éramos como ese <strong>hombre</strong> que se entera de que su casa está<br />

ardiendo y aun así avanza por la calle sin perder la esperanza de<br />

que se trate de un error, hasta que dobla la esquina y ve el tejado<br />

envuelto en llamas. Hasta ese momento se había tratado de un<br />

rumor; pero ahora, en palabras indelebles, impresa en letras definitivas,<br />

innegables, la noticia se abría paso. Su lugar tan poco<br />

destacado en el periódico redundaba, paradójicamente, en su visibilidad.<br />

Las letras diminutas adquirían proporciones gigantescas<br />

a los ojos perplejos del temor. Parecían grabadas con pluma<br />

de hierro, impresas con fuego, tejidas en las nubes, estampadas<br />

en la cubierta del universo.<br />

Los ingleses, ya se tratara de viajeros o de expatriados, regresaban<br />

en riadas imparables. Y con ellos llegaban multitud de italianos<br />

y españoles. Nuestra pequeña isla parecía a punto de reventar.<br />

En un primer momento los emigrantes pusieron en<br />

circulación gran cantidad de moneda. Pero no había manera de<br />

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