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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 23<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

refinada filosofía y perseguido por una incómoda sensación de<br />

degradación producto de la verdadera situación social en que me<br />

hallaba, vagaba por las colinas de la civilizada Inglaterra tan indómito<br />

y salvaje como aquel fundador de Roma amamantado<br />

por una loba. Obedecía sólo a una ley, que era la del más fuerte,<br />

y mi mayor virtud era no someterme jamás.<br />

Permítaseme, con todo, retractarme de la frase que acabo de<br />

enunciar sobre mí mismo. Mi madre, al morir, además de sus<br />

otras lecciones medio olvidadas y jamás puestas en práctica, me<br />

hizo prometerle con gran solemnidad que velaría fraternalmente<br />

por su otro retoño, y yo cumplía con ese deber lo mejor que podía,<br />

con todo el celo y el afecto del que mi naturaleza era capaz.<br />

Mi hermana era tres años menor que yo. Me ocupé de ella desde<br />

su nacimiento, y cuando nuestra diferencia de sexos, que nos llevó<br />

a recibir distintos empleos, nos separó en gran medida, ella siguió<br />

siendo objeto de mi amor y mis cuidados. Huérfanos en<br />

toda la extensión de la palabra, éramos los más pobres entre los<br />

pobres, los más despreciados entre los olvidados. Si mi osadía y<br />

arrojo me valían cierta aversión respetuosa, su juventud y su<br />

sexo, ya que no movían a la ternura, al hacerla débil eran la causa<br />

de sus incontables mortificaciones. Además, su carácter le impedía<br />

atenuar los efectos perniciosos de su baja extracción.<br />

Se trataba de un ser singular y, como yo, había heredado mucha<br />

de la disposición peculiar de nuestro padre. Su rostro, todo<br />

expresión; sus ojos, sin ser oscuros, resultaban impenetrables,<br />

por lo profundos. En su mirada inteligente parecían descubrirse<br />

todos los espacios, y uno sentía que el alma que la habitaba abarcaba<br />

todo un universo de pensamiento. De tez muy blanca, los<br />

cabellos dorados le caían por las sienes y la intensidad de su tono<br />

contrastaba con el mármol viviente sobre el que se posaban. Su<br />

tosco vestido de campesina, que parecería desentonar con los<br />

sentimientos refinados que su rostro expresaba, le sentaba sin<br />

embargo, y curiosamente, de lo más bien. Era como una de esas<br />

santas de Guido,* con el cielo en el corazón y en la mirada, de<br />

manera que, al verla, sólo pensabas en el interior, y las ropas e in-<br />

* Guido Reni. (N. del T.)<br />

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