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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> <strong>13</strong>5<br />

Capítulo VIII<br />

¿Qué hacía entretanto Perdita?<br />

Durante los primeros meses de Protectorado, Raymond y ella<br />

habían sido inseparables. Él le pedía opinión sobre todos los<br />

proyectos y todos los planes debían ser aprobados por ella. Jamás<br />

vi a nadie más feliz que mi dulce hermana. Sus ojos expresivos<br />

eran dos estrellas, y su amor, los destellos que emitían. La<br />

esperanza y la despreocupación se dibujaban en su frente despejada.<br />

A veces incluso se le saltaban lágrimas de alegría al ensalzar<br />

la gloria de su señor. Su existencia toda era un sacrificio en<br />

su honor, y si en la humildad de su corazón sentía cierta autocomplacencia,<br />

ésta nacía de pensar que había hecho suyo al héroe<br />

absoluto de su tiempo, y que lo había conservado durante<br />

años, incluso después de que el tiempo hubiera apartado del<br />

amor su alimento más común. <strong>El</strong>la, por su parte, seguía sintiendo<br />

exactamente lo mismo que al principio. Cinco años no habían<br />

bastado para destruir la deslumbrante irrealidad de su pasión.<br />

La mayoría de los <strong>hombre</strong>s rasgaban despiadadamente el<br />

velo sagrado de que se reviste el corazón femenino para adornar<br />

el ídolo de sus afectos. No así Raymond. Él era un ser encantador,<br />

y su reinado jamás menguaba; un rey cuyo poder nunca se<br />

suspendía. Aunque se le siguiera por los senderos de la vida cotidiana,<br />

el mismo encanto de su gracia y su majestad los adornaba.<br />

Tampoco se despojaba jamás de la deificación innata con<br />

que la naturaleza lo había investido. Perdita ganaba en belleza y<br />

excelencia bajo su mirada. Yo apenas reconocía ya a la hermana<br />

abstraída y reservada en la fascinante y abierta esposa de Raymond.<br />

Al genio que iluminaba su rostro se sumaba ahora una<br />

expresión de benevolencia que confería una perfección divina a<br />

su hermosura.<br />

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