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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 471<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

volvía el recuerdo de inmensas congregaciones reunidas en catedrales<br />

atestadas. Subimos hasta la tribuna. Un anciano ciego se<br />

sentaba a los fuelles. Era todo oído y, concentrado en la música,<br />

el placer iluminaba su semblante, un rostro de ojos apagados, si<br />

bien sus labios entreabiertos y todas las arrugas de su rostro expresaban<br />

entusiasmo. Al teclado, una joven de unos veinte años,<br />

pelo castaño que descendía hasta sus hombros y frente despejada<br />

y hermosa que tenía los ojos arrasados en lágrimas. Los esfuerzos<br />

que hacía para acallar sus sollozos transmitían un temblor a todo<br />

su cuerpo y encendían sus pálidas mejillas. Su delgadez era extrema.<br />

La languidez y, ¡ay!, la enfermedad consumían su cuerpo.<br />

Mi amigo y yo seguíamos allí, contemplándolos, sin prestar ya<br />

atención a la música. Hasta que sonó el <strong>último</strong> acorde y el sonido<br />

fue extinguiéndose en lentos ecos. La voz poderosa e inorgánica<br />

–pues en modo alguno podía asociarse con el mecanismo de<br />

los fuelles o las teclas– acalló su tono sonoro y la muchacha, al<br />

volverse para ayudar a su anciano compañero, nos vio al fin.<br />

Se trataba de su padre y ella, desde la infancia, había sido el<br />

lazarillo de sus oscuros pasos. Eran alemanes, de Sajonia, y se habían<br />

trasladado allí hacía unos años, creando nuevos lazos con<br />

los aldeanos de la región. Cuando llegó la peste se les unió un estudiante<br />

alemán. No costaba adivinar cómo se había desarrollado<br />

la sencilla historia: él, aristócrata, se había enamorado de la<br />

hija pobre del músico y los había seguido en su huida de los amigos<br />

de él, que los perseguían. Pero la Gran Igualadora no tardó<br />

en llegar con su afilada guadaña para segar, además de la hierba,<br />

las altas flores de los campos. <strong>El</strong> joven fue una de sus primeras<br />

víctimas. La muchacha sobrevivió por su padre. La ceguera de él<br />

le permitió mantenerlo engañado, y así se habían convertido en<br />

seres solitarios, únicos supervivientes de la tierra. Él desconocía<br />

el alcance de los cambios y no sabía que, cuando escuchaba la<br />

música que interpretaba su hija, las montañas mudas, el lago insensible<br />

y los árboles inconscientes eran, exceptuándolo a él,<br />

todo su público.<br />

<strong>El</strong> mismo día de nuestra llegada la muchacha había sido víctima<br />

del ataque de la enfermedad. La idea de dejar solo en el mundo<br />

a su padre, anciano y ciego, la llenaba de horror. Pero le falta-<br />

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