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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 242<br />

Mary Shelley<br />

la llevaran hasta allí e impedir que su cuerpo se perdiera en las<br />

profundidades del mar, había tomado la precaución de atarse un<br />

largo chal a la cintura, que, a su vez, había anudado a los barrotes<br />

de la ventana de su camarote. Se había hundido bajo la quilla<br />

de la embarcación, y al desaparecer de la superficie, la recuperación<br />

de su cuerpo se había demorado más. Así murió la<br />

desdichada niña, víctima de mi imprudencia. Y así, de madrugada,<br />

nos dejó para reunirse con los muertos, y prefirió compartir<br />

la pétrea tumba de Raymond que seguir disfrutando del escenario<br />

animado que la tierra le ofrecía y de la compañía de sus amigos.<br />

Murió con veintinueve primaveras, habiendo disfrutado de<br />

unos pocos años de la felicidad del paraíso, y tras sufrir un revés<br />

que su espíritu impaciente y su naturaleza apasionada no le permitieron<br />

asumir. Al fijarme en la expresión serena que se instaló<br />

en su semblante en la hora de la muerte, sentí que, a pesar del remordimiento,<br />

a pesar de la tristeza que me partía el corazón, era<br />

mejor morir así que soportar largos y tristes años de reproches e<br />

inconsolable dolor.<br />

La violencia de una tempestad nos arrastró hasta el golfo del<br />

Adriático, y como nuestra embarcación no estaba preparada para<br />

tales condiciones atmosféricas, nos refugiamos en el puerto de<br />

Ancona. Allí me encontré con Georgia Palli, vicealmirante de la<br />

flota griega, antiguo amigo y camarada de Raymond. Entregué a<br />

su cuidado los restos de mi Perdita, con el encargo de que los hiciera<br />

llevar al monte Himeto y los depositara en la cámara que,<br />

bajo la pirámide, Raymond ya ocupaba. Todo se hizo según mis<br />

deseos, y no tardó en reposar junto a su amado. En el sepulcro están<br />

inscritos, juntos, los nombres de Raymond y Perdita.<br />

Tomé entonces la decisión de proseguir viaje por tierra. <strong>El</strong> dolor<br />

y los remordimientos desgarraban mi corazón. <strong>El</strong> temor a que<br />

Raymond se hubiera ido para siempre, a que su nombre, asociado<br />

para siempre al pasado, se borrara de cualquier iniciativa de<br />

futuro, había empezado a hacer mella en mí. Siempre había admirado<br />

su talento, sus nobles aspiraciones, sus elevadas ideas de<br />

gloria, la majestad de su ambición, su absoluta falta de mezquindad,<br />

su fortaleza y su osadía. En Grecia había aprendido a amarlo.<br />

Su misma terquedad y su entrega a los impulsos de la supers-<br />

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