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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 393<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

y Lucy, cuya mente se había educado algo en el trato de su anterior<br />

pretendiente, encontraba ahora en ella a la única persona<br />

que podía comprenderla y valorarla. Así, aunque sufría, no era<br />

del todo desgraciada, y cuando, durante los días más hermosos<br />

del verano, acompañaba a su madre por las calles sombreadas y<br />

llenas de flores cercanas a su casa, un brillo de dicha absoluta iluminaba<br />

su semblante. Veía que la anciana era feliz y sabía que<br />

aquella felicidad era creación suya.<br />

Entretanto los asuntos de su esposo se complicaban por momentos.<br />

La ruina estaba próxima y ella se sabía a punto de perder<br />

el fruto de tantos sacrificios cuando la peste vino a cambiar el<br />

aspecto del mundo. <strong>El</strong> posadero sacó provecho de la desgracia<br />

universal, pero a medida que el desastre avanzaba, su naturaleza<br />

delictiva se apoderó de él. Abandonó su casa para gozar de los lujos<br />

que Londres le prometía, y allí halló su sepultura. <strong>El</strong> primer<br />

pretendiente de Lucy había sido una de las primeras víctimas de<br />

la enfermedad. Pero Lucy siguió viviendo por y para su madre. Su<br />

valor sólo flaqueaba cuando temía que algo malo pudiera sucederle<br />

a ella o que la muerte le impidiera cumplir con las obligaciones<br />

a las que se entregaba con total devoción.<br />

Cuando dejamos Windsor para trasladarnos a Londres como<br />

paso previo para nuestra emigración final, fuimos a visitar a Lucy<br />

para organizar con ella el plan de su evacuación y la de su madre.<br />

A la hija le entristecía tener que abandonar sus calles y su aldea<br />

natal, tener que apartar a su achacosa progenitora de las comodidades<br />

de un hogar para arrastrarla a las vastas extensiones de<br />

una tierra despoblada. Pero era demasiado disciplinada ante la<br />

adversidad y de carácter demasiado dócil como para quejarse por<br />

lo que era inevitable.<br />

Las circunstancias subsiguientes, mi enfermedad y la de Idris,<br />

la alejaron de nuestro recuerdo, al que regresó casi al final. Llegamos<br />

a la conclusión de que habrían sido de las pocas en llegar<br />

desde Windsor para unirse a los emigrantes y que ya debían de<br />

encontrarse en París. Así, cuando llegamos a Rochester nos sorprendió<br />

recibir, de manos de un <strong>hombre</strong> que acababa de llegar<br />

desde Slough, una carta de aquella sufridora ejemplar. Según el<br />

relato del emisario, en su viaje desde su tierra natal había pasado<br />

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