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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 261<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

tros planes, cuyo logro exigía el transcurso de muchos años. Ninguna<br />

voz se alzaba pidiéndonos que nos detuviéramos. Cuando<br />

las desgracias extranjeras llegaban a nuestros oídos a través de<br />

los canales del comercio, nos afanábamos en buscar remedios. Se<br />

realizaban suscripciones para auxiliar a los emigrantes y mercaderes<br />

arruinados por culpa del fracaso del comercio. <strong>El</strong> espíritu<br />

inglés operaba a toda máquina y, como siempre, se disponía a<br />

oponerse al mal y resistirse a la herida de caos y muerte que la naturaleza<br />

enferma había infligido en unos límites y orillas que hasta<br />

entonces se habían mantenido al margen.<br />

A principios de verano llegaron hasta nosotros las primeras<br />

noticias de que el daño que se había producido en países lejanos<br />

era mayor de lo que en un principio se sospechó. Quito había<br />

sido destruido por un terremoto. Méjico, arrasado por los efectos<br />

combinados de tormentas, peste y hambrunas. Europa occidental<br />

recibía a multitud de emigrantes y nuestras islas se habían convertido<br />

ya en refugio de miles de ellos. Entretanto, a Ryland lo<br />

habían nombrado Protector. Había asumido el cargo con gran<br />

ímpetu y pensaba dedicar todos sus esfuerzos a la supresión de<br />

los órdenes privilegiados de nuestra comunidad. Sus medidas, no<br />

obstante, se vieron obstaculizadas, y sus planes interrumpidos,<br />

por aquel nuevo estado de cosas. Muchos de los extranjeros se<br />

hallaban en una situación desesperada, y su número creciente<br />

acabó por convertir en ineficaces los métodos de auxilio habituales.<br />

La imposibilidad de realizar intercambios entre nuestros<br />

puertos y los de América, India, Egipto y Grecia supuso la interrupción<br />

de la actividad comercial. En la rutina de nuestras vidas<br />

se abrió una brecha. Nuestro Protector y sus partidarios trataron<br />

en vano de ocultar la verdad; en vano día tras día estipulaban<br />

un periodo para debatir las nuevas leyes relativas al rango hereditario<br />

y los privilegios; en vano trataban de presentar el mal<br />

como algo transitorio y parcial. Aquellos desastres hacían nido<br />

en muchos pechos y, a través de las distintas vías comerciales, llegaban<br />

a todas las clases y las divisiones de la sociedad, hasta el<br />

punto de convertirse, inevitablemente, en la cuestión más relevante<br />

del Estado, en el tema principal al que debíamos dedicar<br />

nuestras atenciones.<br />

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