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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 347<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

demia había ignorado y que se sentían muy unidos a nuestra familia.<br />

Pero Clara se sentía celosa de sus servicios y se empeñaba<br />

en ser la única doncella de Idris, la única encargada de atender a<br />

sus primos. Nada le proporcionaba más placer que ocuparse de<br />

nosotros, y se anticipaba a nuestros deseos sincera, diligente y sin<br />

fatigarse...<br />

Abra aparecía antes de que dijéramos su nombre<br />

y aunque otro dijéramos, venía Abra.*<br />

Mi tarea consistía en visitar a diario a las diversas familias<br />

reunidas en nuestra localidad, y cuando el tiempo lo permitía, me<br />

gustaba alargar mis paseo a caballo y, a solas, reflexionaba sobre<br />

todos los cambios que nos había deparado el destino, tratando de<br />

aprender las lecciones del pasado para aplicarlas al futuro. La impaciencia<br />

que, mientras me veía acompañado de otros, me causaban<br />

los males de mi especie, la suavizaba la soledad, cuando el<br />

sufrimiento individual se fundía con la calamidad general y, por<br />

extraño que parezca, su contemplación resultaba menos dolorosa.<br />

Así, con frecuencia, abriéndome paso con dificultad por las<br />

estrechas calles cubiertas de nieve, cruzaba el puente y me acercaba<br />

a Eton. Los apasionados muchachos ya no formaban alegres<br />

corrillos junto al portal del colegio. Un silencio triste invadía<br />

las aulas y los patios, otrora concurridos. Seguía cabalgando hacia<br />

Salt Hill, rodeado de nieve por todas partes. ¿Eran aquéllos<br />

los campos fértiles que tanto amaba? ¿Era aquélla la sucesión de<br />

suaves colinas y llanuras cultivadas, antes cubiertas de maizales<br />

ondulantes, salpicadas de imponentes árboles, regadas por los<br />

meandros del Támesis? Un manto blanco lo cubría todo, y el recuerdo<br />

amargo me decía que los corazones de sus habitantes se<br />

mantenían tan fríos como la tierra vestida de invierno. Me encontraba<br />

con manadas de caballos, rebaños de vacas y ovejas que<br />

vagaban a su antojo, acurrucándose aquí contra una bala de<br />

heno para guarecerse del frío y para alimentarse, metiéndose allí<br />

en alguna casa abandonada.<br />

* De «Solomon», poema de Matthew Prior. (N. del T.)<br />

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