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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 126<br />

Mary Shelley<br />

go, en medio de toda aquella siniestra y abrumadora miseria asomaba<br />

un aire de orden y limpieza que le sorprendió. Aquel fue un<br />

pensamiento fugaz, pues su atención se desvió al momento hacia<br />

la habitante de aquella triste morada. Se trataba de una mujer<br />

que, sentada a la mesa, se protegía con una mano los ojos de la<br />

luz de la vela. Con la otra sostenía un lápiz. Observaba fijamente<br />

el boceto que tenía delante, y que Raymond reconoció al momento<br />

como el mismo que le habían presentado el día anterior. <strong>El</strong><br />

aspecto de aquella joven despertaba su más vivo interés. Llevaba<br />

los cabellos morenos peinados en gruesas trenzas, como en un tocado<br />

de estatua griega. Vestía con modestia, pero su actitud la<br />

convertía en modelo de gracia. Raymond recordaba vagamente<br />

haber visto a alguien parecido. Se acercó a ella, que no alzó la vista<br />

del papel y se limitó a preguntarle, en romaico, quién era.<br />

–Un amigo –respondió Raymond en el mismo dialecto. <strong>El</strong>la<br />

alzó la cabeza entonces, sorprendida, y él descubrió que se trataba<br />

de Evadne Zaimi. Evadne, en otro tiempo ídolo de los afectos<br />

de Adrian y que, por causa del visitante que ahora llegaba, había<br />

desdeñado al noble joven y luego, rechazada por el objeto de su<br />

amor, con las esperanzas rotas y atenazada por el dolor punzante<br />

de la desgracia, había regresado a su Grecia natal. ¿Qué revolución<br />

de la fortuna la había llevado de vuelta a Inglaterra y la<br />

había instalado en semejante cuartucho?<br />

Cuando Raymond la reconoció, sus maneras pasaron de la<br />

amable benevolencia a las más cálidas manifestaciones de amabilidad<br />

y comprensión. Viéndola en aquella situación sentía su alma<br />

atravesada por una flecha. Se sentó junto a ella, le tomó la mano<br />

y le dijo mil cosas, movido por la compasión y el afecto. Evadne<br />

no respondía. Sin alzar los ojos oscuros en ningún momento, finalmente<br />

una lágrima asomó a sus pestañas.<br />

–La amabilidad logra así –exclamó– lo que la necesidad y la<br />

miseria jamás han conseguido: que me deshaga en llanto.<br />

Vertió entonces muchas lágrimas, y sin saber qué hacía apoyó<br />

la cabeza en el hombro de Raymond. Él le tomó la mano y le besó<br />

la mejilla hundida y húmeda. Le aseguró que sus sufrimientos habían<br />

terminado. Nadie era mejor que él en las artes del consuelo,<br />

pues no razonaba ni peroraba, sino que se limitaba a mirar con<br />

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