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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 403<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

<strong>El</strong> cuerpo de Idris, cada vez más rígido, cerca de mí el semblante<br />

mudo, atacado por la muerte, sumido en el reposo eterno, debajo<br />

de donde me hallaba. Para mí aquello era el final de todo. Apenas<br />

un día antes había imaginado varias aventuras, la unión con<br />

mis amigos transcurrido un tiempo. Ese tiempo ya había pasado<br />

volando y había alcanzado el límite y la meta de la vida. Así envuelto<br />

en tinieblas, encerrado, emparedado, cubierto de un presente<br />

omnipotente, me sobresaltaron unos pasos en los peldaños<br />

de la cripta, y entonces recordé a la que había olvidado por completo:<br />

a mi airada visitante. Su alta figura se alzó despacio del sepulcro<br />

como una estatua viviente, rebosante de odio y rencor<br />

apasionado. Creí ver que había alcanzado ya el pavimento de la<br />

nave. Permaneció inmóvil, tratando de hallar algún objeto con<br />

la mirada, hasta que, percibiendo que me hallaba cerca, alargó la<br />

mano y la posó en mi brazo.<br />

–¡Lionel Verney, hijo mío!<br />

Que la madre de mi ángel se refiriera a mí con aquel término<br />

y en aquellas circunstancias me infundió por la desdeñosa dama<br />

más respeto del que jamás había sentido. Incliné la cabeza y le<br />

besé la mano arrugada. Al constatar que temblaba violentamente,<br />

la conduje hasta el final del presbiterio, donde se sentó en el<br />

peldaño por el que se llegaba al trono real. Lo hizo con esfuerzo,<br />

y sin soltarme la mano apoyó la cabeza en el trono, mientras los<br />

rayos de luna, teñidos por los diversos colores de las vidrieras, se<br />

reflejaban en sus ojos húmedos. Consciente de su debilidad y tratando<br />

de recobrar al momento el porte digno que siempre había<br />

mantenido, se secó las lágrimas. Pero éstas volvieron a asomar a<br />

sus ojos cuando me dijo, a modo de excusa:<br />

–Está tan hermosa, y se ve tan plácida, incluso en la muerte. Ni<br />

un solo mal sentimiento nubló jamás su rostro sereno. ¿Y cómo la<br />

traté yo? Hiriendo su corazón gentil con frialdad salvaje. En los<br />

<strong>último</strong>s años no le demostré compasión. ¿Me perdonará ahora?<br />

De qué poco sirve hablar de arrepentimiento con los muertos. Si<br />

en vida suya hubiera atendido sus dulces deseos y amoldado mi<br />

huraña naturaleza a su placer, hoy no me sentiría como me siento.<br />

Idris y su madre eran muy distintas. <strong>El</strong> pelo moreno, los ojos<br />

negros y profundos, los rasgos prominentes de la reina contrasta-<br />

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