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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 88<br />

Mary Shelley<br />

mos una loma cubierta por la hierba, hasta alcanzar la cima, desde<br />

la que se divisaba una vista de valles y colinas, ríos sinuosos,<br />

densos bosques y aldeas iluminadas. <strong>El</strong> sol se ponía y las nubes,<br />

que surcaban el cielo como ovejas recién esquiladas, recibían el<br />

tono dorado de los rayos del ocaso. Las tierras altas, más lejanas,<br />

captaban aún la luz, y el rumor ajetreado de la noche llegaba hasta<br />

nuestros oídos, unificado por la distancia. Adrian, que sentía<br />

que el nuevo frescor de su salud recobrada inundaba su espíritu,<br />

unió las manos, dichoso, y exclamó con arrobo:<br />

–¡Oh, tierra feliz! ¡Oh, habitantes felices de la tierra! ¡Un gran<br />

palacio ha construido Dios para vosotros! ¡Oh, <strong>hombre</strong>! ¡Digno<br />

eres de tu morada! Contempla el verdor de la alfombra que se extiende<br />

a tus pies y el palio azul sobre tu cabeza. Los campos de la<br />

tierra que crean y nutren las cosas, el sendero de cielo que lo contiene<br />

y lo engarza todo. Y ahora, en esta hora del crepúsculo, en<br />

este momento propicio para el reposo y la reflexión, parece que<br />

todos los corazones respiran un himno de amor y agradecimiento,<br />

y nosotros, como sacerdotes antiguos en lo alto de las colinas, damos<br />

voz a su sentimiento.<br />

»Sin duda el poder más bondadoso erigió la majestuosa construcción<br />

que habitamos y redactó las leyes por las que se rige. Si<br />

la mera existencia, y no la felicidad, hubiera sido el fin <strong>último</strong> de<br />

nuestro ser, ¿qué necesidad habría habido de crear los profusos<br />

lujos de que gozamos? ¿Por qué nuestra morada habría de ser tan<br />

encantadora, y por qué los instintos naturales habrían de depararnos<br />

sensaciones placenteras? <strong>El</strong> mero sostén de nuestra maquinaria<br />

animal se nos hace agradable. Y nuestro sustento, las<br />

frutas de los campos, se pintan de tonalidades trascendentes, se<br />

impregnan de olores gratos y resultan deliciosas a nuestro gusto.<br />

¿Por qué habría de ser así si él no fuera bueno? Necesitamos casas<br />

para guarecernos de los elementos, y ahí están los materiales<br />

que se nos proporcionan; la gran cantidad de árboles con el adorno<br />

de sus hojas. Y las rocas que se apilan sobre las llanuras confieren<br />

variedad a la tarea con su agradable irregularidad.<br />

»Nosotros no somos meramente objetos, receptáculos del Espíritu<br />

del Bien. Fijémonos en la mente del <strong>hombre</strong>, donde la sabiduría<br />

reina en su trono; donde la imaginación, pintora, toma<br />

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