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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 3<strong>07</strong><br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

sas efímeras, y el lapso entre la salida y la puesta del sol era para<br />

nosotros como un año entero de tiempo ordinario. No veríamos<br />

a nuestros hijos alcanzar la madurez ni arrugarse sus mejillas carnosas,<br />

ni sus despreocupados corazones ser presas de la pasión o<br />

las cuitas; gozábamos de ellos ahora porque vivían, y nosotros<br />

también. ¿Qué más podíamos desear? Con aquellas enseñanzas<br />

mi pobre Idris trataba de acallar los crecientes temores, y hasta<br />

cierto punto lo lograba. No era como en verano, cuando el destino<br />

fatal podía llegar de una hora para otra. Hasta la llegada del<br />

verano nos sentíamos a salvo. Y aquella certeza, por breve que<br />

fuera, satisfizo por un tiempo su ternura maternal. No sé cómo<br />

expresar o comunicar la sensación de elevación intensa y concentrada,<br />

aunque evanescente, que se apoderó de nosotros en aquellos<br />

días. Nuestras alegrías eran más profundas, pues veíamos su<br />

final; eran más agudas, pues sentíamos todo su valor; eran más<br />

puras, pues su esencia era la comprensión. Y así como un meteoro<br />

brilla más que una estrella, así la dicha de aquel invierno contenía<br />

en sí misma las delicias destiladas de una vida larga, muy<br />

larga.<br />

¡Qué adorable resulta la primavera! Al contemplar desde la<br />

terraza de Windsor los dieciséis condados fértiles que se extendían<br />

a nuestros pies, salpicados de hermosas mansiones y pueblos<br />

ricos, todo parecía, como en años anteriores, hermoso y alegre.<br />

<strong>El</strong> campo estaba arado, las tiernas espigas de trigo asomaban entre<br />

la tierra oscura, los frutales florecían, los campesinos trabajaban<br />

sus parcelas, las lecheras regresaban a casa con los cubos rebosantes,<br />

los gorriones y los martinetes rozaban las albercas<br />

soleadas con sus alas largas y apuntadas, los corderos recién nacidos<br />

reposaban sobre la hierba joven, las hojas tiernas<br />

elevan su hermosa cabeza en el aire y alimentan<br />

un espacio silencioso con botones siempre verdes.*<br />

Hasta los <strong>hombre</strong>s parecían regenerarse, y sentían que la escarcha<br />

del invierno daba paso a una cálida y elástica renovación<br />

* De «Sueño y poesía», de John Keats. (N. del T.)<br />

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