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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 515<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

do. Me alegraba saber que miraba el mismo paisaje que habían<br />

contemplado ellos, el paisaje que sus madres y esposas, así como<br />

multitud de personas anónimas, habían conocido, mientras, coetáneas<br />

suyas honraban, aplaudían o lloraban por aquellos especímenes<br />

inigualables de la humanidad. Así, al fin había hallado<br />

consuelo. No había buscado en vano los edificios historiados<br />

de Roma; había hallado una medicina para mis muchas y profundas<br />

heridas.<br />

Me senté a los pies de esas vastas columnas. <strong>El</strong> Coliseo, cuya<br />

ruina desnuda la naturaleza recubre del velo radiante del verdor,<br />

se alzaba a mi derecha, bañado por el sol. No lejos de él, a la izquierda,<br />

se hallaba la Torre del Capitolio. Arcos triunfales y muros<br />

derruidos de muchos templos cubrían el suelo a mis pies.<br />

Traté de imaginar a las multitudes de plebeyos y a los patricios<br />

congregados a su alrededor. Y a medida que el diorama de los<br />

tiempos pasaba ante mi imaginación rendida, los iba reemplazando<br />

por romanos modernos. <strong>El</strong> papa, con su estola blanca, repartiendo<br />

bendiciones a los fieles arrodillados; el fraile con su hábito<br />

y su capucha; la niña de ojos negros, tocada con su mezzera;<br />

el campesino escandaloso, curtido por el sol, que conducía su<br />

manada de búfalos y bueyes al Campo Vaccino. <strong>El</strong> romanticismo<br />

con que, sumergiendo los pinceles en el arco iris del cielo y la naturaleza<br />

trascendente, nosotros, hasta cierto punto, pintábamos<br />

gratuitamente a los italianos, sustituía a la solemne grandeza de<br />

la antigüedad. Recordé al monje oscuro, las figuras levíticas de <strong>El</strong><br />

italiano,* y cómo mi corazón joven había latido con su descripción.<br />

Recordé a Corina** ascendiendo por el Capitolio para ser<br />

coronada y, pasando de la heroína a su autora, pensé que el Encantador<br />

Espíritu de Roma había gobernado, soberano, las mentes<br />

de los imaginativos, hasta reposar en mí, único espectador<br />

vivo de sus maravillas.<br />

Permanecí largo rato imbuido de aquellas ideas, pero la mente<br />

se cansa de volar sin descanso y, deteniendo su incesante giro<br />

* <strong>El</strong> italiano, o el confesionario de los penitentes negros, novela de Ann Radcliffe.<br />

(N. del T.)<br />

** Personaje homónimo de Corinne ou l’Italie, de Madame de Staël. (N. del T.)<br />

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