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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 53<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

Una verja discreta cercaba el jardín de la casa de techo bajo,<br />

que parecía someterse a la majestad de la naturaleza y acobardarse<br />

ante los restos venerables de un tiempo olvidado. Las flores,<br />

hijas de la primavera, adornaban aquel jardín y los alféizares<br />

de las ventanas. En medio de aquella rusticidad se respiraba<br />

un aire de elegancia que revelaba el buen gusto de su ocupante.<br />

<strong>El</strong> corazón me latía con fuerza cuando franqueé la verja. Permanecí<br />

junto a la entrada y oí su voz, tan melodiosa como siempre,<br />

que antes de poder verla me permitió saber que se encontraba<br />

bien.<br />

Al cabo de un momento Perdita apareció ante mí, lozana, con<br />

el frescor de su jovial feminidad, distinta y a la vez la misma muchacha<br />

montañesa a la que había dicho adiós. Sus ojos no podían<br />

ser más profundos de lo que habían sido en su infancia, ni su<br />

rostro más expresivo. Pero su gesto sí había cambiado, para mejorar.<br />

La inteligencia había hecho nido en su frente. Cuando sonreía,<br />

la sensibilidad más fina embellecía su semblante y su voz,<br />

grave y modulada, parecía hecha para el amor. Su cuerpo era un<br />

ejemplo de proporción femenina. No era alta, pero su vida en las<br />

montañas había conferido libertad a sus movimientos, por lo<br />

que apenas oí sus pasos ligeros cuando se acercó al vestíbulo<br />

para recibirme. Cuando nos separamos, la había estrechado<br />

contra mi pecho con gran afecto, y ahora que volvíamos a vernos<br />

se despertaron en mí nuevos sentimientos. Nos observamos<br />

mutuamente: la infancia había quedado atrás y éramos dos actores<br />

hechos y derechos de la cambiante escena. La pausa duró<br />

apenas un momento: el torrente de asociaciones y sentimientos<br />

naturales que se había detenido, retomó su pleno avance en<br />

nuestros corazones, y con la emoción más tierna nos entregamos<br />

al abrazo.<br />

Una vez amansada la pasión del momento, nos sentamos juntos<br />

con la mente serena y conversamos sobre el pasado y el presente.<br />

Yo le pregunté por la frialdad de sus cartas, pero los escasos<br />

minutos que habíamos pasado juntos bastaron para explicar<br />

el origen de su reserva. En ella habían aflorado nuevos sentimientos,<br />

que no podía expresar por escrito a alguien a quien sólo<br />

había conocido en la infancia; pero ahora volvíamos a vernos, y<br />

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