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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> <strong>13</strong>1<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

nuevas libertades que afloraban por todo el país, habrían seguido<br />

a todo intento suyo de ponerse en contacto con sus compatriotas.<br />

Sabía que ella era la causante de la ruina absoluta de su esposo<br />

y se esforzaba por asumir las consecuencias: los reproches que<br />

en su agonía le hacía o, peor aún, la depresión incurable y no<br />

combatida que sumía su mente en el sopor y que no resultaba menos<br />

dolorosa por presentarse callada e inmóvil. <strong>El</strong>la se reprochaba<br />

a sí misma el crimen de su muerte. La culpa y sus castigos parecían<br />

acecharla; en vano trataba de aplacar los remordimientos<br />

con el recuerdo de su integridad; el resto del mundo, incluida ella<br />

misma, juzgaba sus acciones por las consecuencias de éstas. Rezaba<br />

por el alma de su esposo, rogaba al Altísimo que la culpara<br />

a ella del crimen de su suicidio, y prometía vivir para expiar su<br />

pecado.<br />

En medio de toda aquella zozobra, que no habría tardado en<br />

consumirla por completo, sólo en una idea hallaba consuelo. Vivía<br />

en el mismo país, respiraba el mismo aire que Raymond. Su<br />

nombre, una vez proclamado Protector, estaba en boca de todos.<br />

Sus logros, sus proyectos y su magnificencia eran el tema de todas<br />

las conversaciones. Nada es tan precioso al corazón de una<br />

mujer como la gloria y la excelencia del <strong>hombre</strong> al que ama. Así,<br />

ante todos sus horrores, Evadne se regocijaba en la fama y la<br />

prosperidad de Raymond. Mientras su esposo vivía, ella se avergonzaba<br />

de aquellos sentimientos, los reprimía, se arrepentía de<br />

ellos. Cuando murió, la marea de su amor recobró su antiguo<br />

vaivén, le inundó el alma con sus olas tumultuosas y la convirtió<br />

en presa de su incontrolable fuerza.<br />

Pero nunca, nunca consentiría que la viera en aquel estado de<br />

degradación en que se encontraba. Él no había de presenciar jamás<br />

la caída desde el orgullo de su belleza hasta aquel desván miserable<br />

que ocupaba, con un nombre que, en su propia alma, se<br />

había convertido en reproche y en sinónimo de pesada culpa.<br />

Pero, aunque invisible a ojos del Protector, el cargo público de<br />

éste le permitía a ella estar al corriente de sus actividades, de su<br />

vida cotidiana, incluso de sus conversaciones. Evadne se permitía<br />

un solo lujo: leía los periódicos todos los días y celebraba enormemente<br />

las alabanzas que recibía Raymond, así como sus actos,<br />

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