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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 41<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

nueva idea, se dedicó al empeño con avidez extrema. Al principio<br />

la gran meta de mi ambición era rivalizar con los méritos de mi<br />

padre, para hacerme merecedor de la amistad de Adrian. Pero la<br />

curiosidad y un sincero deseo de aprender no tardaron en despertar<br />

en mí, y me llevaron a pasar días y noches dedicado a la<br />

lectura y el estudio. Yo ya estaba familiarizado con lo que podría<br />

denominar el panorama de la naturaleza, el cambio de las estaciones<br />

y los aspectos diversos de los cielos y la tierra. Pero no tardé<br />

en verme sorprendido y encantado ante la ampliación repentina<br />

de mis nociones, cuando se alzó el telón que me privaba del<br />

goce del mundo intelectual y contemplé el universo no sólo tal<br />

como se presentaba a mis sentidos externos, sino como aparecía<br />

ante los <strong>hombre</strong>s más sabios. La poesía con sus creaciones, la filosofía<br />

con su investigación y sus clasificaciones, despertaban por<br />

igual las ideas que se hallaban dormidas en mi mente y desencadenaban<br />

otras nuevas.<br />

Me sentía como el marinero que, desde el palo mayor de su<br />

carabela, fue el primero en descubrir las costas de América; y,<br />

como él, me apresuré a hablar a mis compañeros de mis descubrimientos<br />

en las regiones ignotas. Con todo, no logré excitar en<br />

otros pechos el mismo apetito desbocado por el conocimiento<br />

que existía en el mío. Ni siquiera Perdita era capaz de comprenderme.<br />

Yo había vivido en lo que generalmente se llama mundo<br />

de la realidad, y despertaba en un nuevo país para descubrir que<br />

existía un significado más profundo en todo lo que percibía, más<br />

allá de lo que mis ojos me mostraban. La visionaria Perdita veía<br />

en todo aquello sólo un nuevo barniz para una lectura vieja, y su<br />

mundo era lo bastante inextinguible como para contentarla. Me<br />

escuchaba como había hecho cuando le narraba mis aventuras, y<br />

en ocasiones se mostraba interesada por la información que le<br />

proporcionaba; pero, a diferencia de lo que me sucedía a mí, no<br />

lo veía como parte integral de su ser, como algo que, una vez obtenido,<br />

no podía ignorarse más de lo que podía ignorarse, por<br />

ejemplo, el sentido del tacto.<br />

Los dos conveníamos, eso sí, en adorar a Adrian, aunque<br />

como ella no había salido de la infancia no podía apreciar, como<br />

yo, el alcance de sus méritos ni sentir la misma comprensión por<br />

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