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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 189<br />

Capítulo I<br />

Durante nuestro viaje, cuando en las noches serenas conversábamos<br />

en cubierta, observando el vaivén de las olas y el cielo mudable,<br />

descubrí el cambio absoluto que los desastres de Raymond<br />

habían operado en la mente de mi hermana. ¿Eran las<br />

aguas del mismo amor, últimamente frías y cortantes como el hielo,<br />

las que ahora, liberadas de sus gélidas cadenas, recorrían las<br />

regiones de su alma con agradecida y abundante exuberancia?<br />

Perdita no creía que estuviera muerto, pero sabía que se encontraba<br />

en peligro, y la esperanza de contribuir a su liberación y la<br />

idea de aliviar con ternura los males que pudieran haberle sobrevenido,<br />

elevaban y aportaban armonía a las anteriores estridencias<br />

de su ser. Yo, por mi parte, no me sentía tan optimista como<br />

ella respecto del resultado de nuestra misión, aunque en realidad<br />

ella se mostrara más segura que optimista. La esperanza de volver<br />

a ver al amante que había rechazado, al esposo, al amigo, al<br />

compañero de su vida, del que llevaba tanto tiempo alejada, envolvía<br />

sus sentidos en dicha, su mente en placidez. Era empezar a<br />

vivir de nuevo: era dejar atrás las arenas desiertas para ir en pos<br />

de una morada de fértil belleza; era un puerto tras una tempestad,<br />

una adormidera tras muchas noches en vela, un despertar feliz<br />

tras una pesadilla.<br />

La pequeña Clara nos acompañaba. La pobre niña no comprendía<br />

bien qué sucedía. Había oído que nos dirigíamos a Grecia,<br />

donde vería a su padre, y ahora, por vez primera en mucho<br />

tiempo, se atrevía a hablar de él con Perdita.<br />

Al llegar a Atenas constatamos que nuestras dificultades aumentaban:<br />

Ni la historiada tierra ni el clima balsámico podían<br />

inspirarnos entusiasmo o placer mientras Raymond se hallara en<br />

peligro. Ningún otro <strong>hombre</strong> había despertado un interés públi-<br />

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