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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 410<br />

Mary Shelley<br />

Me sumí unos instantes en aquella meditaciones y volví a dirigirme<br />

a Lucy, que se había acercado a la cama e, inclinada sobre<br />

ella, adoptaba una expresión de desolación resignada, de tristeza<br />

absoluta con la que parecía conformarse, lo que resulta<br />

siempre más conmovedor que las muestras desbocadas de dolor y<br />

las exageradas gesticulaciones de la pena. Mi deseo era alejarla<br />

de allí, pero ella se oponía a mi deseo. Las personas cuya imaginación<br />

y sensibilidad nunca se han apartado del estrecho círculo<br />

que se presenta ante ellas, si es que poseen esas cualidades en alguna<br />

medida, poseen la capacidad de ejercer su influencia en las<br />

mismas realidades que parecen destruirlas y de aferrarse a ellas<br />

con tenacidad doble, al no ser capaces de concebir nada más allá.<br />

Así, Lucy, sola en Inglaterra, en un mundo muerto, deseaba llevar<br />

a cabo las ceremonias fúnebres habituales en las zonas rurales<br />

inglesas cuando la muerte era una visita escasa y nos dejaba tiempo<br />

para recibir su temible usurpación con pompa y circunstancia,<br />

avanzando en procesión para entregarle en mano las llaves de las<br />

tumbas. Con algunos de aquellos ritos ya había cumplido, a pesar<br />

de hallarse sola, y la labor en que la descubrí inmersa a mi llegada<br />

no era sino la confección del sudario de su madre. Se me encogió<br />

el corazón ante aquel lúgubre detalle, que las mujeres<br />

soportan algo mejor, pero que al espíritu de los <strong>hombre</strong>s resulta<br />

más doloroso que el más feroz de los combates o que los zarpazos<br />

de una agonía intensa pero pasajera.<br />

Aquello no podía ser, le dije. Y entonces, para mejor persuadirla,<br />

le hablé de mi pérdida reciente y le sugerí que debía acompañarme<br />

para hacerse cargo de los niños huérfanos, a los que la<br />

muerte de Idris había privado de los cuidados de una madre.<br />

Lucy jamás ignoraba la llamada del deber, de modo que aceptó y,<br />

tras cerrar las contraventanas y las puertas con cuidado, me<br />

acompañó a Windsor. Durante el trayecto me refirió los detalles<br />

de la muerte de su madre. Ya fuera porque el azar la había llevado<br />

a descubrir la carta que su hija había escrito a Idris, ya fuera<br />

porque había oído su conversación con el campesino encargado<br />

de entregársela en mano, lo cierto es que la anciana tuvo conocimiento<br />

de la horrible situación en que se encontraban ella y su<br />

hija, y su envejecido cuerpo no resistió la angustia y el horror que<br />

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