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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 51<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

toria y todos sus triunfos se debieron a él. Cuando aparecía, pueblos<br />

enteros salían a las calles a recibirlo; se escribían nuevas letras<br />

de los himnos nacionales para glosar su gloria, su valor y<br />

munificencia.<br />

Entre turcos y griegos se firmó una tregua. Entre tanto, lord<br />

Raymond, gracias a un azar inesperado, heredó una inmensa fortuna<br />

en Inglaterra, a la que regresó, coronado de gloria, para recibir<br />

el mérito del honor y la distinción que antes le habían sido<br />

negados. Su orgulloso corazón se rebeló contra ese cambio. ¿En<br />

qué era distinto al despreciado Raymond? Si la adquisición de poder<br />

en forma de riqueza era la causante, ese poder habrían de<br />

sentirlo como un yugo de hierro. <strong>El</strong> poder era, al fin, la meta<br />

de todos sus actos; el enriquecimiento, el blanco contra el que<br />

siempre apuntaba. Tanto en la ambición claramente mostrada<br />

como en la velada intriga, su fin era el mismo: llegar a lo más alto<br />

en su propio país.<br />

A mí, aquel relato me llenaba de curiosidad. Los acontecimientos<br />

que se sucedieron a su llegada a Inglaterra me sirvieron<br />

para aclarar más mis propios sentimientos. Entre sus otras virtudes,<br />

lord Raymond era extraordinariamente apuesto; todo el<br />

mundo lo admiraba. Era el ídolo de las mujeres. Se mostraba cortés,<br />

se expresaba con dulzura y era ducho en artes fascinantes.<br />

¿Qué no había de lograr un <strong>hombre</strong> así en la ajetreada Inglaterra?<br />

A un cambio sucede otro cambio. La historia completa no<br />

me fue revelada, pues Adrian había dejado de escribir, y Perdita<br />

se mostraba lacónica en sus cartas. Se decía que Adrian se había<br />

vuelto –cómo escribir la palabra fatal– loco; que lord Raymond<br />

era el favorito de la reina, y el esposo escogido por ella para su<br />

hija. Y aún más: que aquel noble aspirante planteaba de nuevo la<br />

pretensión de los Windsor de ocupar el trono. De ese modo, si la<br />

enfermedad de Adrian se revelaba incurable y él se casaba con su<br />

hermana, la frente de Raymond podría ceñir la corona mágica de<br />

la realeza.<br />

Aquel relato corría de boca en boca propagando su fama;<br />

aquel relato hacía intolerable mi permanencia en Viena, lejos del<br />

amigo de mi juventud. Ahora yo debía cumplir mi promesa, acudir<br />

en su ayuda y convertirme en su aliado y en su apoyo, hasta<br />

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