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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 510<br />

Mary Shelley<br />

Me levantaba todos los días al alba y abandonaba mis aposentos<br />

desolados. Mientras mis pies recorrían el país deshabitado,<br />

mi mente vagaba a través del universo y me sentía menos desgraciado<br />

cuando podía, absorto en mis ensoñaciones, olvidar el<br />

paso de las horas. Al caer la noche, y a pesar del cansancio, detestaba<br />

encerrarme en cualquier casa para pasar la noche. Y así,<br />

hora tras hora, seguía sentado a la puerta de la residencia que hubiera<br />

escogido, incapaz de abrir la puerta y encontrarme cara a<br />

cara con el vacío de su interior. Muchas noches, aunque las neblinas<br />

otoñales cubrían el paisaje, las pasaba bajo un acebo; en<br />

numerosas ocasiones había cenado sólo bayas y castañas, encendía<br />

una fogata en el suelo, como los gitanos–, porque el paisaje<br />

silvestre me recordaba con menos intensidad mi lamentable soledad.<br />

Contaba los días; llevaba un bastón hecho con la rama pelada<br />

de un sauce en el que marcaba los días que habían transcurrido<br />

desde el naufragio. Cada noche añadía una hendidura más<br />

a la suma.<br />

Había llegado a lo alto de un monte desde el que se divisaba<br />

Spoleto. Alrededor se extendía la llanura, flanqueada por unos<br />

Apeninos cubiertos de castaños. Una quebrada oscura descendía<br />

por un lado, vencida por un acueducto de altos arcos que se hundían<br />

en el claro, más abajo, lo que atestiguaba que el <strong>hombre</strong> en<br />

otro tiempo se había dignado dedicar sus esfuerzos y sus ideas a<br />

aquel lugar, a adornar y civilizar la naturaleza. Naturaleza salvaje<br />

e ingrata, que con sus actos violentos destruía sus vestigios, mostrando<br />

su renovación constante y frágil de flores silvestres y plantas<br />

parásitas alrededor de esos edificios eternos. Me senté sobre<br />

una roca a contemplar. <strong>El</strong> sol había bañado en oro el aire por poniente,<br />

y al este las nubes capturaban el brillo y lo convertían en belleza<br />

fugaz. Me hallaba en un mundo que me contenía a mí como<br />

único habitante. Cogí el bastón y conté las muescas. Veinticinco.<br />

Veinticinco días habían transcurrido sin que otra voz humana me<br />

alegrara los oídos, sin que mi mirada contemplara otro rostro.<br />

Veinticinco días largos, cansados, seguidos de noches oscuras, solitarias<br />

que, mezclándose con todos mis años pasados, se convertían<br />

en parte del pasado –esa nada que se recordaba–, una porción real<br />

e innegable de mi vida… Veinticinco largos, largos días.<br />

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