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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 4<strong>11</strong><br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

aquel descubrimiento le inspiraban. No se lo comunicó a Idris,<br />

pero pasaba las noches en vela, hasta que la fiebre y el delirio, veloces<br />

heraldos de la muerte, revelaron el secreto. Su vida, que durante<br />

tanto tiempo había avanzado, tambaleante, hacia la extinción,<br />

se rindió al punto a los efectos combinados de la desgracia<br />

y la enfermedad, y esa misma mañana había muerto.<br />

Tras las emociones tumultuosas del día, me alegró descubrir, a<br />

nuestro regreso a la posada, que mis compañeros de viaje ya se<br />

habían retirado a descansar. Dejé a Lucy a cargo de la criada de<br />

la condesa, y yo mismo busqué reposo a mis frentes diversos e<br />

impacientes reproches. Por unos momentos los acontecimientos<br />

del día recorrieron mi mente en desastrosa procesión, hasta que<br />

el sueño los sumió en el olvido. Cuando amaneció y desperté, me<br />

pareció que mi sueño había durado años enteros.<br />

Mis acompañantes no gozaron del mismo olvido. Los ojos de<br />

Clara indicaban que había pasado la noche llorando. La condesa<br />

parecía exhausta y ajada. Su espíritu firme no había hallado alivio<br />

en las lágrimas y su sufrimiento era mayor por culpa de los<br />

recuerdos dolorosos y los terribles remordimientos que la acechaban.<br />

Partimos de Windsor tan pronto como se hubo celebrado<br />

la ceremonia fúnebre por la madre de Lucy y, urgidos por el<br />

deseo impaciente de cambiar de escenario, nos dirigimos a Dover<br />

sin más demora, gracias a los caballos de que nuestro escolta nos<br />

había provisto. Se trataba de monturas que encontró bien en los<br />

cálidos establos en los que instintivamente se habían refugiado<br />

a la llegada del frío, bien de pie, ateridos en los campos gélidos,<br />

dispuestos a entregar su libertad a cambio de la mazorca que él<br />

les alargaba.<br />

Durante nuestro trayecto la condesa me relató las circunstancias<br />

extraordinarias que la llevaron a ponerse de mi parte en el<br />

presbiterio de la capilla de Saint George, para gran asombro mío.<br />

La última vez que había visto a Idris, al despedirse de ella y contemplar<br />

su rostro pálido, su cuerpo exangüe, tuvo de pronto el<br />

convencimiento de que aquélla era la última vez que la veía. Le<br />

resultaba muy duro separarse de su hija dominada por aquella<br />

sensación, de modo que, por última vez, trató de persuadirla para<br />

que se entregara a sus cuidados, dejando que yo me uniera a<br />

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