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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 455<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

de ceder, de cesar la lucha, de abandonar, con unos pocos adeptos,<br />

a la multitud engañada, dejándola allí, convertida en presa<br />

triste de sus pasiones y del siniestro tirano que las alimentaba.<br />

Pero, una vez más, después de una breve fluctuación de propósito,<br />

recobró su valor y su determinación, que se apoyaban en su<br />

único fin y en el incansable espíritu de benevolencia que lo animaba.<br />

En ese momento, a modo de presagio favorable, su malvado<br />

enemigo atrajo la destrucción sobre su propia cabeza, destruyendo<br />

con sus propias manos el dominio que había erigido.<br />

La gran influencia que ejercía sobre las mentes de los <strong>hombre</strong>s<br />

se basaba en la doctrina que les inculcaba y que afirmaba que<br />

quienes creyeran en él y le siguieran, serían los supervivientes de<br />

la raza humana, mientras que el resto de la humanidad perecería.<br />

Ahora, como en tiempos del Diluvio, el Omnipotente se arrepentía<br />

de haber creado al <strong>hombre</strong>, y así como antes hizo con el agua,<br />

ahora con las flechas de la peste estaba a punto de aniquilar a todos<br />

menos a los que obedecieran sus mandamientos, promulgados<br />

por el autoproclamado profeta. Resulta imposible saber<br />

sobre qué bases construía aquel <strong>hombre</strong> sus esperanzas de mantener<br />

tal impostura. Es probable que fuera plenamente consciente<br />

de la mentira que la naturaleza asesina podía otorgar a sus afirmaciones<br />

y creyera que no sería sino el azar el que decidiría si, en<br />

épocas venideras, sería venerado como delegado clarividente de<br />

los cielos o reconocido como impostor por la moribunda generación<br />

de su tiempo. En cualquier caso había decidido representar<br />

el drama hasta el <strong>último</strong> acto. Cuando, con la aproximación del<br />

verano, la enfermedad fatal volvió a causar estragos entre los seguidores<br />

de Adrian, el impostor, exultante, proclamó que su congregación<br />

se hallaba a salvo de la calamidad universal. Y lo creyeron.<br />

Sus seguidores, hasta entonces encerrados en París, habían<br />

llegado a Versalles. Mezclados con la banda de cobardes allí congregada,<br />

se dedicaban a vilipendiar a su admirable jefe y a asegurarse<br />

su superioridad, su inmunidad.<br />

Pero al fin la peste, lenta pero segura en su avance quedo, destruyó<br />

aquella ilusión, invadiendo la congregación de los <strong>El</strong>ectos y<br />

desencadenando sobre ellos la muerte promiscua. <strong>El</strong> falso profeta<br />

trató de ocultar el hecho. Contaba con algunos seguidores que, sa-<br />

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