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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 302<br />

Mary Shelley<br />

llanuras, acabando con su fertilidad. Pueblos enteros fueron arrasados<br />

por las aguas. Roma, Florencia y Pisa se anegaron y sus palacios<br />

de mármol, antes reflejados en sus tranquilas aguas, vieron<br />

sus cimientos empapados con la crecida invernal. En Alemania y<br />

Rusia los daños fueron aún más graves.<br />

Pero la escarcha y la helada al fin llegaron, y con ellas la renovación<br />

de nuestro contrato con la tierra. <strong>El</strong> hielo limaría las<br />

flechas de la peste y encadenaría a los furiosos elementos. Y el<br />

campo, en primavera, se despojaría de su vestido de nieve, libre<br />

de la amenaza de la destrucción. Con todo, las tan esperadas señales<br />

del invierno no se presentaron hasta febrero. La nieve cayó<br />

durante tres días, el hielo detuvo la corriente de los ríos y las aves<br />

abandonaron las ramas de los árboles cubiertos de escarcha. Pero<br />

al cuarto día todo desapareció. Los vientos del suroeste trajeron<br />

lluvias, y más tarde salió un sol que, burlándose de las leyes naturales,<br />

parecía abrasar con fuerza estival a pesar de lo temprano<br />

de la estación. No había nada que hacer, pues con las primeras<br />

brisas de marzo los caminos se llenaron de violetas, los árboles<br />

frutales florecieron, el maíz brotó y nacieron las hojas, obligadas<br />

por el calor anticipado. Nos asustaban el aire balsámico, el cielo<br />

sin nubes, el campo cuajado de flores, los deliciosos bosques,<br />

pues ya no veíamos el material del universo como nuestra morada,<br />

sino como nuestra tumba, y la tierra fragante, tamizada por<br />

nuestro temor, olía a gran camposanto.<br />

302<br />

Pisando la tierra dura<br />

de continuo el <strong>hombre</strong> está<br />

y cada paso que da<br />

es sobre su sepultura.*<br />

Con todo, a pesar de esas desventajas el invierno suponía un<br />

alivio, e hicimos lo posible por sacarle el mayor partido. Tal vez<br />

la epidemia no regresara con el verano, pero si lo hacía, nos hallaría<br />

preparados. Está en la naturaleza humana la adaptación, a<br />

partir de la costumbre, incluso al dolor y a la tristeza. La peste se<br />

* <strong>El</strong> príncipe constante, jornada III, Pedro Calderón de la Barca. (N. del T.)

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