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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 416<br />

Mary Shelley<br />

clamor no disminuía, su aspecto más alegre inspiraba esperanza<br />

y placer. Dedicamos todo el día a contemplar el incesante oleaje,<br />

y hacia el ocaso, el deseo de descifrar la promesa del mañana<br />

en el sol poniente nos llevó a congregarnos todos al borde del<br />

acantilado. Cuando el poderoso astro se hallaba a escasos grados<br />

del horizonte enturbiado por una tormenta, súbitamente,<br />

¡oh, maravilla!, otros tres soles, brillantes y ardientes por igual,<br />

surgieron de varios cuadrantes del cielo hacia el gran orbe, arremolinándose<br />

en su derredor. <strong>El</strong> resplandor de la luz nos deslumbraba<br />

y el sol parecía sumarse a la danza, mientras el mar reverberaba<br />

como un horno, como un Vesubio en erupción cuya lava<br />

incandescente fluyera a sus pies. Hubo caballos que, aterrorizados,<br />

abandonaron sus establos, y vacas que, presas del pánico,<br />

corrieron hasta el borde del acantilado y, cegadas por la luz, se<br />

arrojaron al vacío y cayeron al agua entre mugidos de espanto.<br />

<strong>El</strong> tiempo que duró la aparición de aquellos meteoros fue relativamente<br />

breve. De pronto los tres falsos soles se unieron en uno<br />

solo y se hundieron en el mar. Segundos después un chapoteo ensordecedor,<br />

sostenido, espantoso, nos llegó desde el punto por el<br />

que habían desaparecido.<br />

Entretanto el sol, libre de sus extraños satélites, avanzaba con<br />

su acostumbrada majestad hacia su hogar de poniente. Cuando<br />

–ya no nos fiábamos de nuestros ojos, deslumbrados, pero eso<br />

parecía– el mar se alzó para ir su encuentro, ascendió más y más,<br />

hasta que la esfera ardiente se oscureció, a pesar de lo cual el<br />

muro de agua siguió elevándose sobre el horizonte. Parecía como<br />

si de pronto el movimiento de la tierra nos resultara perceptible,<br />

como si ya no estuviéramos sujetos a antiguas leyes y fuéramos a<br />

la deriva en una región ignota del espacio. Muchos gritaban en<br />

voz alta que no se trataba de meteoros, sino de globos de materia<br />

incandescente que habían incendiado la tierra y provocado<br />

que la inmensa caldera que ardía bajo nuestros pies hirviera y<br />

elevara unas olas gigantescas. Sostenían que había llegado el<br />

día del Juicio y que en muy breve tiempo seríamos llevados ante<br />

el severo rostro del juez omnipotente. Mientras, los menos dados<br />

a los terrores visionarios, aseguraban que dos borrascas en<br />

conflicto eran las causantes del fenómeno que acabábamos de<br />

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