El Enigma y el Misterio: Una Filosofía de la Religión

P O S I C I O N E S F I L O S Ó F I C A S A N T E L O R E L I G I O S Ometa del actuar ético. Hay coherencia entre los dos niveles, pero noestricta consecuencia y podrían separarse.Es mejor debatir el tema sin ceñirse al ámbito más técnico del pensamientokantiano. El estilo «postulatorio», al que se comprende acudacon predilección todo intento de fundar la esperanza, topa con unaobjeción fuerte en el mismo sentido común. No encontrará hoy muchosdefensores el wishful thinking... Y que algo así anida en la base de loreligioso ya había sido denunciado más de una vez, incluso antes de queFeuerbach hablara de «proyección» y antes de que Freud hablara, conmás precisión, de «ilusión» —no necesariamente algo falso, sino algoque, por lo pronto, tenemos por verdadero en fuerza de un deseo 130 —.Puede ser verdad, puede no serlo; el mero hecho de apoyarse en eldeseo lo hace sospechoso y sus credenciales han de buscarse por otrocamino.Pero un justo recelo ante la argumentación postulatoria no podríajustamente elevarse a rango de primer principio que condujera a excluirtoda apoyatura en el deseo, incluso la que, desde mis análisis del«sentido de la vida» (6.1.2.2) vengo denominando «confianza básica».Partamos de esa filosofía espontánea que ejerce todo ser humano paragobernar sus actuaciones vitales. Si los humanos filosofan es porquepara actuar necesitan valorar y asumir como fundadas en la realidadsus valoraciones. Ahora bien, sus valoraciones se apoyan de múltiplesmaneras en el deseo. Explíquelo como lo explique (si es que se lo planteaexplícitamente), cada ser humano reflexivo trabaja sobre una confianzaa su capacidad valorativa y, con ella, a lo correcto de aquello de su deseoque no deba admitir que es simplemente arbitrario.Si toda reflexión humana se apoya sobre un cierto grado de confianzabásica, sin que obste el que tal apoyo incluye una cierta concesión deconfianza al deseo que subyace, no es muy razonable que las filosofíassistemáticas busquen a toda costa evitarlo o, al menos, disimularlo. Latarea que habrán de imponerse es, más bien, la de establecer una criteriologíaque señale límites y evite, en lo posible, las desmesuras. En locual, comprensiblemente, el resultado a que lleguen dependerá de otrosfactores, los característicos de unos y otros temples. (En cualquier caso,¿habrá manera de evitar totalmente toda presencia del deseo y de una«razón desiderante» en esa otra desmesura, no concreta, que será siemprepara un ser finito la aserción de lo Absoluto?)130. S. Freud, El porvenir de una ilusión [1927], Alianza, Madrid, 1969 —en el volumenPsicología de las masas—, pp. 168-169: «calificamos de ilusión una creencia cuandoaparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de surelación con la realidad».370