El Enigma y el Misterio: Una Filosofía de la Religión

S O B R E L A P L A U S I B I L I D A D f i l o s ó f i c a D E L A F E E N D I O Stono fuertemente crítico, con resultados de ordinario poco favorables ala coherencia de la fe monoteísta. En lo que voy a decir tengo en cuentaese debate, aunque combino las cuestiones lógicas con otras históricasy fenomenológicas. Como no busco dar información exhaustiva, no temerésimplificar mi presentación, buscando más bien que el lector noespecializado pueda encontrar cuanto diga inteligible y no demasiadotécnico .7.1.1. El estatuto lógico y gramatical de «Dios»Comenzaré con lo relativo al estatuto lógico y gramatical de «Dios». Y,dentro de ello, con unas observaciones históricas. En su morfología, ellexema castellano «dios» —como los equivalentes de las lenguas en quese ha expresado originariamente el monoteísmo (en las indoeuropeas,radical *deiw; en las semíticas, radical el)—, es nombre común, no propio.Por lo cual, es apto ante todo para el uso politeísta y suscita ya conello solo un problema estructural a la exigencia de singularidad absolutade la conciencia monoteísta.A este problema, al que no eran insensibles aunque sin explicitarlocomo tal problema lingüístico, intentaron ya aportar remedio las tradicionesmonoteístas mediante la anteposición del artículo definido. Así,en el Nuevo Testamento cristiano: Hò theós. Y en el uso árabe recogidoen el Corán: Al-Ilah. Hay que decir que el intento, aunque válido comomanifestación de una intención, no es efectivo lingüísticamente. Ya queel artículo definido, cuando no es un deíctico anafórico (= «aquel delque estábamos hablando»), es un cuantificador universal («el hombre esmortal» = «todo hombre es mortal»). Tampoco, como es obvio, tieneeficacia el artificio, común en el uso ortográfico castellano con otraslenguas, de escribir «Dios» con mayúscula inicial.Pasando desde ahí a consideraciones que entreveran lo lógico conla fenomenología religiosa, es fácil reconocer, tras la incomodidad quese refleja en los correctivos buscados al uso de un término que por sumorfología es nombre común, una —comprensible— tendencia a acudira las posibilidades expresivas del nombre propio. Es casi seguro quecualquier fiel monoteísta actual de un cierto nivel cultural responderáa la pregunta sobre el estatuto lingüístico de «Dios» asignándole el denombre propio. Como sabemos, el monoteísmo hebreo había contadocon tal expediente: «Yahvé» era «el Nombre» —y el saber este nombre. Tengo especialmente presente el libro de M. Durrant The Logical Status of«God», Macmillan, London, 1973. Obviamente, no para seguir en detalle su discusión,típicamente «analítica».392