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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Edición c o n m E m o r a t i v a dE l Bi c E n t E n a r i o<br />

suprema que por más de trescientos años ha mantenido al Nuevo Mundo en la<br />

necesidad de venerar como un dogma la usurpación de sus derechos y de buscar<br />

en ella misma el origen de sus más grandes deberes. Era preciso que algún<br />

día llegase el término de esa violenta sumisión; pero entretanto era imposible<br />

anticiparla: la resistencia del débil contra el fuerte imprime un carácter sacrílego<br />

a sus pretensiones, y no hace más que desacreditar la justicia en que se fundan.<br />

Estaba reservado al siglo XIX el oír a la América reclamar sus derechos sin ser<br />

delincuente y mostrar que el período de su sufrimiento no podía durar más que el<br />

de su debilidad”.<br />

II. LA VALORACIÓN PERUANA DE LA OBRA DE O’HIGGINS (1868-1869)<br />

Es demasiado conocido que la mayor expresión del patriotismo americano<br />

que es posible encontrar en O’Higgins dice relación con la independencia del<br />

Perú: y también resultaría demasiado extenso de referir. Lo mismo ocurre con<br />

su permanencia en aquel país por largos 19 años, en los que el recuerdo de su<br />

suelo natal siempre estuvo presente. Quizás resulte más ilustrativo detenerse a<br />

examinar las expresiones vertidas por los hijos del Rímac en el momento en que<br />

los restos del Libertador se separaban de su suelo y ello debido a que, tal como<br />

quedó claramente expresado en aquella oportunidad, se consideraba a O’Higgins<br />

como Libertador del Perú.<br />

Las tramitaciones legales para trasladar los restos de O’Higgins desde el Perú<br />

se iniciaron en noviembre de 1842, pero éstas encontraron largas dilaciones<br />

legislativas y financieras y sólo en 1868 se reactivaron gracias a la moción<br />

presentada por los diputados Ramón Rozas Mendiburu, hijo de Juan Martínez de<br />

Rozas, y Benjamín Vicuña Mackenna. Este último, en su intervención en la sesión<br />

del día 3 de agosto de ese año, señaló que repatriándose los restos mortales<br />

de O’Higgins “se probará a las demás repúblicas americanas la falsedad del<br />

adagio El Mal Pago de Chile, y se cumplirá con un deber sagrado, que han sabido<br />

satisfacer Venezuela, Ecuador y la República Argentina, con los pronombres de<br />

su independencia, Bolívar, Alvear y Lavalle”. Pero había más, nuestro país tenía,<br />

dijo el orador, una deuda que satisfacer: “O’Higgins no recibió nada de Chile, y por<br />

felicidad de su patria se condenó al ostracismo, su familia, lejos de haber recibido<br />

concesiones de este país, ha comprado a su costo la sepultura que debían haber<br />

recibido los restos del grande hombre, su hijo don Demetrio fue uno de los que<br />

con más generosidad contribuyó con su fortuna para hacer frente a la guerra a<br />

España el año 65” 5 .<br />

Aprobado el proyecto, el Presidente José Joaquín Pérez designó a la comisión<br />

que se encargaría de la repatriación, la que fue presidida por Manuel Blanco<br />

Encalada, un natural de Buenos Aires que había llegado a ejercer la presidencia<br />

de nuestro país. El 9 de diciembre de 1868 los comisionados zarparon desde<br />

Valparaíso rumbo al Callao.<br />

Dos días antes del zarpe de la comitiva, el Encargado de Negocios de Chile<br />

en Perú, Joaquín Godoy, había remitido al gobierno peruano una copia de<br />

5 Benjamín Vicuña Mackenna, La Corona..., p. 51.<br />

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