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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Ev i s t a li B E r t a d o r o’higgins<br />

EL RETORNO, REENCUENTRO CON SU MADRE Y HERMANA<br />

Volver a América, volver a su tierra, significó para el joven Bernardo un nuevo<br />

horizonte de realidades insospechadas. Tiene 24 años; es heredero de una<br />

gran fortuna, trae consigo todo aquello que le otorga dignidad y valía: cultura,<br />

conocimientos, experiencias. Y un deseo ardiente, ver y abrazar a su madre y<br />

hermana.<br />

“Debió la madre no hartarse de contemplarlo y él de sentirse hijo después<br />

de orfandad tan prolongada y de creerse niño junto al seno materno”, nos dice<br />

Eugenio Orrego Vicuña en su libro “O’Higgins”.<br />

La figura de doña Isabel se alza magnífica junto a la vida de su hijo.<br />

Su amor, hasta entonces callado, hurtado por las circunstancias de la época,<br />

se agiganta ante la presencia del hijo tantas veces soñada. Su cariño se torna<br />

avasallador, admirable. Su grandeza será el reflejo de la grandeza de su hijo. El<br />

tiene para ofrecerle su fidelísima ternura, su protección y amparo. Esta devoción<br />

y respeto por su madre lo hizo decir con limpia entereza: “Yo puedo asegurar que<br />

desde que tuve uso de razón mi alma reconoció una filosofía más alta, que me hizo<br />

mirar mi nacimiento no como un acto relativo a mi propio ser, sino perteneciente a<br />

mi soberano Creador, a la gran familia del género humano y a la libertad de Chile,<br />

mi tierra natal”.<br />

En Chillán encontró a su madre, viuda de don Félix Rodríguez y a su hermana<br />

Rosa. Con ellas va a recuperar lo que siempre se le había negado: un hogar, una<br />

familia. En la calidez de estos afectos y con una seguridad y bienestar, dedica su<br />

tiempo a las labores de la hacienda. Tiempo de bonanza para el joven taciturno<br />

y sereno. Se convierte en un avezado y entusiasta agricultor. “Me considero<br />

más apto para cultivar el suelo y ésta es la tierra que yo preferiría”, había dicho.<br />

Empleó en su hacienda a algunos ingleses e introdujo en las faenas herramientas<br />

extranjeras. “Una fue el arado de hierro”.<br />

Atrás quedaban la soledad y el infortunio, Cádiz, Londres. También Richmond<br />

con la frescura de sus arboledas. Sólo guardaba en su corazón la palabra hecha<br />

fuego de don Francisco de Miranda, el gran visionario. En la evocación surge<br />

un rostro que ni la bruma de Londres ni los años lograrán borrar. Es el rostro<br />

de Carlota Eels, la niña que después muere recordándolo. Ambos afectos le<br />

son queridos e imperecederos. El primero le servirá para iniciar la gigantesca<br />

empresa que el destino le tiene reservada, el segundo para dulcificar su obstinada<br />

soledad.<br />

Pronto su nombre irá ascendiendo. Su fervor patriótico no se detiene. La patria<br />

empieza a gestarse. Alcalde en Chillán, en 1805; Miembro de su Cabildo, 1806.<br />

Subdelegado de Laja, 1810. El camino se ensancha… Es el comienzo. Nace el<br />

soldado, vendrá luego el estadista, el visionario y profeta, “que divisó certeramente<br />

objetivos dignos de preocupación nacional”.<br />

Hechos cumbres estremecen la Patria Vieja que ve germinar el nacimiento de<br />

la Patria Nueva.<br />

Junto a sucesos trascendentales que van señalándonos la figura y el genio de<br />

don Bernardo O’Higgins Riquelme, dos mujeres valerosas vivirán a su lado años<br />

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