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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Edición c o n m E m o r a t i v a dE l Bi c E n t E n a r i o<br />

A fines de 1810 había grandes vacilaciones sobre si era conveniente o no<br />

convocar a un congreso nacional. Martínez de Rozas no estaba muy convencido,<br />

a más que la mayoría de la Junta era contraria a esa convocatoria. O’Higgins<br />

presionó de tal manera a su amigo que, colocando en la balanza de las condiciones<br />

su apoyo militar, prácticamente impuso la idea.<br />

Veamos cómo se desarrollaron los hechos.<br />

El recordado historiador don Julio Heise González refiere el episodio en la<br />

forma siguiente: “En 1810, la mayor parte de los miembros de la Primera Junta<br />

Nacional de Gobierno, era contraria a la elección de un Congreso, incluyendo a<br />

Juan Martínez de Rozas, sin duda el más destacado miembro de dicha Junta.<br />

O’Higgins debió convencer a su amigo Martínez de Rozas en el sentido de ir<br />

a la elección de una Asamblea Legislativa. Su admiración por los principios de<br />

soberanía popular y gobierno representativo y su convicción de que era necesario<br />

comenzar de una vez el aprendizaje político, lo condujeron a manifestar su<br />

entusiasmo por la elección del Primer Congreso Nacional que representaría no<br />

sólo la voluntad popular, sino que serviría también como escuela de civismo a la<br />

alta burguesía chilena”.<br />

Jaime Eyzaguirre, por su parte, relata que O’Higgins “habla con vehemencia<br />

a Rozas de la necesidad de acelerar desde el gobierno la acción revolucionaria,<br />

de decretar cuanto antes la libertad de comercio y proceder a la convocatoria<br />

de un Congreso de representantes. Rozas, circunspecto y más que cincuentón,<br />

escucha las apasionadas razones de su joven amigo y no parece inclinarse tan<br />

pronto a ellas. Hombre de gabinete, lento y cauteloso, ve aún muchos obstáculos<br />

y no cree en la conveniencia de un parlamento, pues el atraso reinante habrá<br />

de repercutir lamentablemente en su composición y en las líneas directivas de<br />

su política. O’Higgins reconoce estos inconvenientes, pero cree que es preciso<br />

comenzar alguna vez, y cuanto antes mejor, a ejercitar el hábito de las libertades<br />

parlamentarias que él ha admirado tanto en Inglaterra. La discusión se prolonga y<br />

el doctor Rozas parece resuelto a mantener tercamente su criterio.<br />

Cansado ya O’Higgins, que no está tampoco dispuesto a ceder en punto tan<br />

esencial, le hace ver al fin, en forma cortante, que su cargo de vocal de la Junta no<br />

le da más alternativa que obtener de sus colegas la convocatoria a un Congreso.<br />

o retirarse del gobierno. Le agrega que de no hacerlo así, lejos de contar con su<br />

adhesión, hallará en él a su más franco e implacable adversario”.<br />

“Sabe Rozas del espíritu resuelto de O’Higgins y termina persuadido de que no<br />

le será posible contrariarlo sin exponerse a graves consecuencias y producir una<br />

división fatal en el núcleo pequeño de revolucionarios. Decidido al fin a acoger<br />

sus razones, no se despide de Don Bernardo sin que éste reciba la promesa de<br />

actuar en todo conforme a sus deseos.<br />

Don Luis Valencia confirma lo anterior al consignar en su libro “Bernardo<br />

O’Higgins, el Buen Genio de América” que “antes que Rozas dejara Concepción<br />

para asumir en Santiago su cargo de tercer vocal de la Junta, había examinado<br />

con O’Higgins la conveniencia de convocar a un congreso de representantes de<br />

todo el país, como una medida encaminada a levantar al pueblo de su letargo”.<br />

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