REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

Edición c o n m E m o r a t i v a dE l Bi c E n t E n a r i o
Me he detenido, quizás más de lo necesario, sobre el desarrollo, organización
y zarpe de la Escuadra Libertadora al Perú, pues muchos concuerdan en que fue
la obra máxima del Gobierno de O’Higgins.
Llevaba 3 y 1/2 años en el gobierno, y a partir de esa fecha, la estrella que
iluminaba al Padre de la Patria inició un leve descenso, producido por la oposición,
de la que no se libra ningún régimen de gobierno.
Cierro este capítulo dando lectura a una carta que el 9 de septiembre 1820
envía al ilustre patriota D. Miguel Zañartu y Santa María, que fue su primer
Ministro de Gobierno y que lo acompañó por más de un año en esas funciones y
posteriormente fue el representante de Chile ante el gobierno de Buenos Aires.
“Estoy cierto que en parte alguna tendrá nuestro Ejército que tirar un solo tiro;
todo va combinado de modo que la libertad del Perú se haga sin sangre; pero no
será sin la substancia de Chile que ha apurado sus recursos hasta lo increíble.
Ni en dos años más podrá el gobierno recibir ni la tercera parte de sus entradas
anuales, pues están vendidas con pérdidas inauditas. No sólo el crédito del Estado
queda empeñado, sino es el mío, último recurso que pude hacer valer con los
extranjeros en dos meses cinco días que me ocupé en Valparaíso hasta tener la
satisfacción de ver salir, el día de mi santo, la Escuadra surtida como la mejor de
su número, y un Ejército que en su alegría y algazara lleva demostrada la victoria.
Va equipada con tres vestuarios, cien mil pesos de cada militar, pertrechos y
demás útiles para cinco años, víveres para seis meses. En fin, Chile ha hecho lo
que pueblo alguno de los revolucionados; ha alcanzado su gloria, y la gratitud de
la América será eterna”.
SU ACCIÓN DE GOBERNANTE
Su designación por aclamación, y sin plazo de duración de mandato, con sólo
la limitación que la prudencia y el patriotismo le aconsejaran fue, indudablemente,
una delegación soberana, para que ejerciera un gobierno autoritario y organizara
la república, de acuerdo con sus superiores condiciones de gobernante. Todo
ello, sin descuidar que debía proseguirse la guerra contra España, expulsando
del territorio nacional, a los Ejércitos realistas.
Sería responsabilidad, la del Director Supremo, en su misión de preservar el
organismo social, contra la anarquía que amenazaba surgir de la desorientación y
de las pasiones que produjo la súbita ruptura de la tradición monárquica-colonial, y
de hacer frente con entereza a la tarea de consolidar la independencia nacional.
Justo es reconocer que O’Higgins tenía un innato talento político, lo que le
permitió imponer una muy saludable disciplina social, sin lesionar la juridicidad.
En ese ambiente desenvolvió su grandiosa obra material y cultural, creando al
mismo tiempo una tradición democrática y republicana. No en vano, Francisco de
Miranda, en Londres, había depositado en él su fe y confianza y sabía que sus
sabias enseñanzas serían aprovechadas con talento.
Una de las primeras medidas tomadas por el Director Supremo fue la de
suprimir los escudos nobiliarios de los frontis de las casas-habitación en la capital,
553