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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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“Encumbraría el Bernardo<br />

cometas pintarrajeados<br />

mestizo de ojos de lino,<br />

hombros altos, cejas bravas”.<br />

Edición c o n m E m o r a t i v a dE l Bi c E n t E n a r i o<br />

En un interesante artículo, “O’Higgins en las Letras Nacionales”, escrito por el<br />

profesor don Hugo Montes, al analizar este poema expresa: “La madre lo observa<br />

a la distancia y lo vocea con voces que lleva el viento. Para ella el respeto –es<br />

doña– que se regateó al joven. Este no escucha, porque con la oreja en la<br />

tierra presta oído a otras palabras y porque mira, como desvariado, hacia otros<br />

horizontes. Nada dice el poema de estas palabras ni de estos horizontes, pero<br />

nosotros que estamos en el secreto –nos dice el profesor Montes– no requerimos<br />

de explicaciones. En poquísimos versos, la sabiduría mistraliana supo contrastar<br />

la advertencia maternal –sincera, afectuoso, pero limitada– con la decisión del<br />

futuro héroe de ocuparse en lo que el destino le deparaba”. El notable comentario<br />

termina diciéndonos: “Es un eco nacional del relato bíblico del Niño perdido y<br />

hallado en el templo. Resuena en los siguientes versos de Gabriela la respuesta<br />

de Jesús a su madre: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme<br />

en las cosas de mi Padre?:<br />

“Voces de doña Isabel<br />

venían en la venteada.<br />

Pero tirado en maíces<br />

el mozo oía otras hablas<br />

la oreja puesta en la tierra<br />

y la vista desvariada”.<br />

Mientras don Ambrosio O’Higgins vigila –desde lejos y siempre en secreto–<br />

el futuro de su hijo, doña Isabel contrae matrimonio en 1780 con el agrimensor<br />

general don Félix Rodríguez y Rojas, hombre mayor, viudo y de quien tuvo una<br />

hija, Rosa, quien, “por amor o por orgullo”, adoptó el apellido de su hermano.<br />

Poco habría de durar este matrimonio: don Félix Rodríguez falleció en noviembre<br />

de 1782. Tiempo después, en el año 1790, doña Isabel tuvo otra hija, Nieves Puga<br />

y Riquelme, de un vecino suyo en Palpal, don Manuel Puga y Figueroa. Doña<br />

Nieves contrajo matrimonio en 1808 con un irlandés, don Juan Agustín Borne y<br />

Anderson. Mayores antecedentes nos proporciona don Luis Valencia Avaria en<br />

su libro “Bernardo O’Higgins, el Buen Genio de América”; él expresa: “La huella<br />

de doña Nieves es muy pequeña. Murió Borne en un asalto a Talcahuano por<br />

las hordas de Benavides y la viuda obtuvo se le concediera parte en las presas<br />

de corsarios por el solo mérito de haber actuado su marido en la captura de la<br />

fragata Reina María Isabel, en 1818”. “Fue también una de las damas –nos dice el<br />

historiador– que cosió camisas para el ejército en los días nerviosos entre Cancha<br />

Rayada y Maipú. Más tarde, en la época de Montalván, volverá otra vez la vista<br />

a su hermano pidiéndole ayuda para su hijo, José Borne y Puga, quien vivió en<br />

Cañete, Perú, al amparo de su tío”.<br />

Nadie ignora que el nacimiento del prócer, “pese a la limpia sangre de sus<br />

progenitores”, fue seguido de una infancia triste, incierta, sin parientes.<br />

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