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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Ev i s t a li B E r t a d o r o’higgins<br />

texto– el 1º de enero de ese año. Simultáneamente, reorganizó la administración<br />

del Estado, creando una dependencia del Ministerio del Interior, dedicada<br />

exclusivamente a las relaciones exteriores. El primer canciller de O’Higgins fue<br />

don Miguel Zañartu, reemplazado, más tarde, por don Antonio José de Irisarri.<br />

La proclamación de la independencia decía en parte pertinente:<br />

“Hago saber a la gran confederación del genero humano que el territorio continental<br />

de Chile, y sus islas adyacentes, forman de hecho y de derecho un Estado libre,<br />

independiente y soberano; y queda para siempre separado de la Monarquía de<br />

España, con plena aptitud de adoptar la forma de gobierno que más convenga a sus<br />

intereses”.<br />

Se trataba, según la frase de Montaner Bello, de la partida de bautismo de la<br />

República, al suprimir en Chile el régimen monárquico –viejo ya en trescientos<br />

años– y proclamarse independiente de España.<br />

Es verdad que faltaba aún mucho camino que recorrer para que este sueño se<br />

convirtiera en realidad. Cancha Rayada, Maipú y la “Guerra a Muerte” no habían<br />

dicho aún su última palabra. No obstante lo anterior, el Director Supremo no<br />

tardaría en redactar sendas Cartas Autógrafas dirigidas a los Jefes de Estado de<br />

Inglaterra, Prusia, Cerdeña, Francia, Rusia y los Estados Unidos, a fin de darles<br />

cuenta de la nueva condición internacional de Chile y del anhelo del país de<br />

estrechar los lazos con las grandes potencias de la época. Si bien estas Cartas<br />

no tuvieron un eco inmediato, revelan la primera prioridad que O’Higgins dio a la<br />

independencia de Chile y a su reconocimiento exterior.<br />

Pero no se contentó con esto. Su equipo humano –Zañartu, Irisarri, Villegas,<br />

Zenteno– trazó, a grandes rasgos, una especie de programa de política exterior,<br />

cuyas prioridades fueron determinadas por el propio O’Higgins. Después del<br />

reconocimiento de la independencia, Chile debía tratar de regular sus relaciones<br />

con la Santa Sede, de establecer una política comercial amplia, de organizar una<br />

Cancillería eficaz y de unir los esfuerzos diplomáticos de la Nación con los de<br />

otras capitales americanas.<br />

II<br />

Pero no todos opinaban igual. San Martín consideraba que nada podía<br />

iniciarse sin abatir antes el poder militar y político del Virrey del Perú. Como lo<br />

dice en su correspondencia “mientras el Virreynato subsista, la libertad de Chile<br />

y de Argentina, es apenas un primer esfuerzo”. En efecto, el Virrey proveía<br />

incansablemente, a los realistas de ambas naciones de armas, dinero, barcos<br />

y toda clase de elementos necesarios para realizar la reconquista de esas<br />

provincias sublevadas.<br />

O’Higgins compartía plenamente esta idea. Pero el ángulo de percepción de<br />

ambos próceres era distinto. El Director Supremo veía a Chile como una entidad<br />

soberana. San Martín, como la primera etapa de un proceso que habría de<br />

conducir, finalmente, a la libertad de América.<br />

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