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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Ev i s t a li B E r t a d o r o’higgins<br />

la familia Eels. Junto a la carta mencionada, O’Higgins recibió una de la madre.<br />

“El general O’Brien ha estado a visitarme y aquí he recordado el tiempo que<br />

estuvo Ud. bajo mi techo. Mi muy respetado esposo falleció en 1810. Su muerte<br />

afectó profundamente a Carlota y le causó una fiebre que a los pocos meses, en<br />

octubre, la llevó también al sepulcro. Siempre rechazó todos los ofrecimientos de<br />

matrimonio, murió soltera en esta ciudad de Londres y hasta el último momento<br />

conservó gran afecto por Ud”.<br />

Sutil, breve e imperecedero fue este primer amor del prócer; la imagen de la<br />

adolescente de ojos celestes quedará en el recuerdo y “ni el tiempo ni la gloria<br />

pudieron olvidar. Se sabe que O’Higgins, durante los años de su destierro en<br />

Montalván, guardaba el retrato de la niña. El tiempo implacable lo perdió o<br />

destruyó años después”.<br />

Inglaterra dejará profundas repercusiones en el espíritu del joven, Londres le<br />

entrega también una presencia que lo deslumbra. Es un personaje mítico, casi<br />

de leyenda. Grande y nobilísimo señor, él le enseñará, a golpes de relámpagos,<br />

una sola palabra: Libertad. Es venezolano. Sus ojos han mirado y auscultado la<br />

vieja Europa y sus conflictos. Se llama Francisco de Miranda. El joven Bernardo<br />

se siente atraído por esta personalidad fuerte y vigorosa. Al oírle, piensa en su<br />

tierra distante, la que a través de la lectura del Abate Molina le ha entregado el<br />

conocimiento de su gente y de sus paisajes más puros.<br />

La palabra encendida de Francisco de Miranda transfigura su juventud. Tal<br />

vez, él puede ser un camino; un camino para esa patria venidera. Ahora el joven<br />

empieza a comprender que “la libertad en el amor y la unidad enriquece a los<br />

pueblos más que el trigo, la carne y el metal”. “Que la libertad, primeramente,<br />

no está hecha de privilegios, sino de deberes y que ese deber hay que crearlo<br />

con una fuerza nueva que sea útil al hombre y a la justicia”. Las enseñanzas,<br />

los consejos de Miranda dejan en su espíritu una viva esperanza y una ardiente<br />

visión de patria.<br />

Pero Londres quiere también aniquilar sus fuerzas. Sus tutores le reprochan<br />

injustamente injuriándole. Le niegan el dinero. Sufre humillaciones. Las cartas<br />

que le ha enviado a su padre no tienen respuesta. Como carece de medios<br />

económicos, se ve obligado a dejar sus estudios y la pensión donde habita. Entre<br />

agravios, renuncias y sin dinero para proseguir sus estudios, le informan que su<br />

padre tiene ahora el título de marqués de Osorno y que lo han designado Virrey<br />

del Perú. Su espíritu es noble y generoso. A través de una nutrida correspondencia<br />

le manifiesta su profundo amor y respeto. Su padre es un gran señor, pero él está<br />

solo, desesperado e inexplicablemente solo.<br />

Los desaciertos de sus tutores lo ponen al límite de la angustia y del quebranto.<br />

Vuelve a Cádiz. Don Nicolás de la Cruz se muestra indiferente, frío. Mientras en<br />

su espíritu alumbra la palabra libertad, la pobreza amenaza destruirlo. Vuelve<br />

a escribir, también a su madre. La adversidad parece disminuir sus fuerzas.<br />

Humildemente, y por primera vez, al escribirle a su progenitor, le dice: “Amantísimo<br />

padre de mi alma y mi mayor favorecedor, espero que vuestra excelencia excuse<br />

este término de que me sirvo en forma tan libre, que me es dudoso si debo o<br />

no hacer uso de el... Aunque he escrito a v. e. en diferentes ocasiones, jamás la<br />

fortuna me ha favorecido con una respuesta. No piense que me quejo, porque<br />

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