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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Ev i s t a li B E r t a d o r o’higgins<br />

“Después del desastre de Rancagua, el mismo día tres de octubre –nos<br />

cuenta un historiador– O’Higgins llegó a Santiago desde Rancagua y envió<br />

apresuradamente a su madre y hermana a la villa de Los Andes, haciéndolas<br />

acompañar por su ayudante Venancio Escanilla y la esposa y los niños de éste”.<br />

Acongojada por la derrota, doña Isabel supo demostrar en todo momento una<br />

gran entereza. “Ocupado en los preparativos de una marcha que hacía muy<br />

penosa la obstrucción de la nieve –nos cuenta don Benjamín Vicuña Mackenna–<br />

se detuvo don Bernardo en Santa Rosa. El 12 de octubre de 1813 llegaron a la<br />

cumbre, ocupando al anochecer la casucha de “Las Cuevas”, la primera que se<br />

encuentra en la falda opuesta (le los Andes y que había construido don Ambrosio<br />

O’Higgins”.<br />

En Buenos Aires, don Bernardo se procuró “una casita en los suburbios para<br />

él, su madre y hermana”. La falta de recursos los obligó a llevar una vida más<br />

restringida. Don Benjamín Vicuña Mackenna y otros historiadores han señalado<br />

que doña Isabel y su hija Rosa se dedicaron en ese tiempo a la “industria de<br />

cigarreras” y con algún éxito, mientras el gran patriota se dedicaba a organizar el<br />

ejército de los Andes. Es el año 1814 y la batalla de Chacabuco tendrá lugar en<br />

1817.<br />

Un nuevo cruce de los Andes esperaba a doña Isabel y su hija, sólo que esta<br />

vez sería el regreso triunfal a su patria. Desde 1817, victoria de la batalla de<br />

Chacabuco, pasa a ocupar junto a su hijo el antiguo palacio de los Gobernadores<br />

Presidentes del Reino de Chile, hoy edificio del Correo Central, frente a la plaza<br />

de armas de Santiago.<br />

No se puede hablar de doña Rosa O’Higgins o Rodríguez sin unirla<br />

estrechamente a su madre y a su excelso hermano. La historia los ha unido en la<br />

más alta fidelidad de amor familiar.<br />

Hija de doña Isabel Riquelme y de don Félix Rodríguez, Rosa nació en Chillán<br />

el 30 de agosto de 1781. Ella fue para el prócer “el fiel testimonio de protección”,<br />

a la vez que un afecto profundo, cálido y tierno.<br />

Doña Rosa fue una mujer de extraordinario temple que amó a su hermano<br />

con una gran devoción. Más de algún historiador ha llegado a compararla con<br />

doña Javiera Carrera, “por la similitud del amor que una y otra sintieron por quien<br />

el destino señalara con rango y obra elevada”. Se dice que en lo físico era una<br />

mujer no muy agraciada, pero había en ella una cuidadosa elegancia y distinción<br />

que hacía muy agradable su trato. Don Eugenio Orrego Vicuña, al referirse a ella<br />

en su libro “O’Higgins”, nos cuenta: “católica severísima, poseía una inteligencia<br />

despejada muy superior a la común de su sexo; tenía el don hermoso de la<br />

caridad”. Doña Rosa no se casó, acompañó cuarenta años a su madre y sobrevivió<br />

a su hermano demostrándole siempre, valor, constancia y ternura.<br />

A través de la bibliografía existente en torno al prócer, llama la atención la<br />

presencia de unos niños que a menudo estaban cerca de don Bernardo en su<br />

residencia. Al respecto y, refiriéndose a doña Isabel, Valencia Avaria expresa:<br />

“Por esta época fallecieron un pariente suyo, Nicolás Riquelme, y su mujer,<br />

Juana Letelier, que vivían en Santiago y dejaron huérfana a una niña de siete<br />

años llamada Petronila, que equivocadamente se ha supuesto habría sido hija<br />

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