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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Ev i s t a li B E r t a d o r o’higgins<br />

funcionario las preocupaciones por las consecuencias que esta irregular<br />

vinculación podía traer a su promisorio ascenso castrense.<br />

La relación establecida con una jovencita y la permanente amenaza de un<br />

embarazo comprometedor, caen dentro de estas explicaciones que la prudencia y<br />

la caballerosidad no autorizaban confiar por escrito.<br />

Una manera de dar término, en forma impecable, por fuerza mayor, al romance<br />

iniciado, era su destinación a las acciones bélicas en el Atlántico, aunque su<br />

objetivo final confesado fuera servir en España.<br />

La edad de doña Isabel nos permite medir la responsabilidad de don Ambrosio,<br />

mirado como seductor. No es lo mismo el consentimiento de una niña de 14<br />

ó 15 años, que el de una joven de 19 ó 20, necesariamente más reflexiva y<br />

conocedora de los previsibles efectos de sus actos. Alivia, aunque no excusa<br />

de modo alguno la culpa del conquistador, el conocimiento de estas precisiones.<br />

También lo sustraen, en buena medida, de las áreas que lindan con la amoralidad<br />

y corrupción en que debería colocarse a don Ambrosio si doña Isabel, a la época<br />

en que perdió su doncellez, hubiera sido una niña de 13, 14 ó 15 años.<br />

En cada ciudad los vecinos de más rango siempre disponían en sus casas de<br />

“piezas de alojados”, con las acomodaciones y alhajamientos necesarios propios<br />

de su nivel social. No existiendo posadas o siendo éstas de mala muerte, las<br />

autoridades y principales vecinos solían disputarse la recepción de las autoridades<br />

en tránsito, para que se hospedaran en sus casas. Don Simón Riquelme, de<br />

un carácter más bien abúlico, no rivalizaba en estos privilegios lugareños; pero<br />

debía, cuando menos, poner su casa a disposición de la máxima autoridad<br />

provincial, para estos requerimientos sociales. Siguiendo esta costumbre, don<br />

Ambrosio Higgins posaba y alojaba en ella cada vez que el real servicio lo llevaba<br />

a Chillán. Y probablemente, como hombre sin malicia y buena fe, el honrado<br />

chillanejo no pudo imaginar que los intereses del militar apuntarían hacia una de<br />

sus hijas mayores. La diferencia de edad entre doña Isabel y don Ambrosio era<br />

objetivamente tan marcada, que todos los halagos y atenciones dirigidos a la joven<br />

sólo podían interpretarse por terceros, y aun por ella misma, como afectos tiernos<br />

y paternalmente admirativos. No eran esos, sin embargo, los secretos matices<br />

que dominaban las palabras y sentimientos del destacado militar. Doña Isabel<br />

descubriría muy luego que estas finezas tenían una intención que sobrepasaba<br />

los lindes de la mera cortesía. Junto a ella el duro, arisco y grave Comandante se<br />

transformaba en un hombre gentil y rejuvenecido, de fino galanteo y cortesanía.<br />

La joven Isabel fue advirtiendo, así, cada vez con mayor certeza, las intenciones<br />

que mortificaban con desenfreno al visitante.<br />

Sin embargo, un funcionario que había llegado a las altas cumbres del<br />

escalafón militar en la proximidad de los sesenta años, perdería gran parte de<br />

la credibilidad en su cordura y juicio para el mando, casándose con una mujer<br />

desproporcionadamente joven para su edad, como doña Isabel. El casamiento,<br />

concebido como posibilidad, habría ofrecido un espectáculo permanentemente<br />

desdoroso en el ejercicio de las relaciones sociales del jerarca militar. Una<br />

esposa de 19 años podía pasar por hija, por sobrina o nieta y muy difícilmente<br />

como consorte. La diferencia de edades a la luz de salones, sería siempre el<br />

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