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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Ev i s t a li B E r t a d o r o’higgins<br />

no se arrogó poder extraordinario. Este le fue ofrecido y entregado libremente.<br />

Si a esto agregamos que el Autoritarismo Legal fue ejercido con prudencia y<br />

ecuanimidad, respetando rigurosamente el interés general y contando, además,<br />

con el beneplácito y con la confianza pública, es forzoso concluir que la leyenda<br />

de la dictadura de O’Higgins –repetida hasta nuestros días– ha sido en gran<br />

medida producto de una inexcusable confusión de conceptos. Durante todo su<br />

gobierno, el Libertador respetó la norma jurídica y la voluntad mayoritaria de sus<br />

conciudadanos, circunstancias que, a su juicio, eran necesarias para mantener el<br />

orden y la tranquilidad social.<br />

IV. LA AFIRMACIÓN DEMOCRÁTICA<br />

Al Libertador Bernardo O’Higgins le tocó actuar en una época difícil, de honda<br />

crisis doctrinario. Se trataba de dar al cuerpo social una nueva organización,<br />

un nuevo espíritu. Había que subsistir la desigualdad social por una estructura<br />

democrática e igualitario. Había que materializar los principios proclamados en la<br />

Emancipación. Si estudiamos atentamente las reacciones de los diversos grupos<br />

que actuaron en el gobierno de O’Higgins comprobaremos que la Independencia<br />

no fue siempre el aspecto más apasionante en el complejo de opiniones e<br />

intereses que entrechocaban en aquella época. Serán los principios democráticos<br />

de la igualdad y de la soberanía popular los que avivarán más intensamente las<br />

pasiones y despertarán mayor interés.<br />

Los Criollos tradicionalistas –que constituirían la mayoría– sentían abierta<br />

repugnancia por las consecuencias democráticas e igualitarias que podría llegar<br />

a producir la colonización. Los Pelucones, blasonados en rancios pergaminos<br />

castellanos, presentían que la Independencia arrasaría con sus títulos y privilegios,<br />

pero era principalmente el Aristócrata acaudalado, con posibilidades de comprar<br />

un título de nobleza, el que se sentía más contrariado con la abolición del status<br />

nobiliario.<br />

La estructura nobiliario y las costumbres coloniales seguían representando<br />

valores supremos para el sector tradicionalista. Al regresar, en 1817, los patriotas<br />

desterrados en el Archipiélago de Juan Fernández por el Gobierno de Mariano<br />

de Ossorio, lo primero que hicieron fue ostentar sus pergaminos e insignias de<br />

nobleza. En 1818 un Patriota de espíritu tan ampliamente liberal como el de José<br />

Miguel de Carrera censuró a O’Higgins la abolición de los títulos de, nobleza. San<br />

Martín, apenas proclamado Protector, incorporó a la legislación peruana los títulos<br />

de Castilla concedidos por el Rey de España o comprados por la alta burguesía y<br />

autorizó el uso de los escudos de armas.<br />

O’Higgins, al asumir el Gobierno, estimó necesario suprimir los títulos<br />

nobiliarios. En septiembre de 1817 decretó su abolición y fundamentó la medida<br />

en un bando publicado a fines de mayo de ese mismo año, con las siguientes<br />

palabras:<br />

“En toda sociedad debe el individuo distinguirse solamente por su virtud y su mérito;<br />

en una república es intolerable el uso de aquellos jeroglíficos que anuncian la nobleza<br />

de los antepasados por ser muchas veces conferida en retribución de servicios que<br />

abaten a la especie humana”.<br />

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