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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Edición c o n m E m o r a t i v a dE l Bi c E n t E n a r i o<br />

de gloria, de incertidumbres y de miserias. En las horas amargas nada importa, ni<br />

las privaciones, ni las duras pruebas a que son sometidos. El guerrero necesita<br />

ser amado y bendecido. Anhela el agua fresca para sus labios. Y ahí están ellas,<br />

altivas como dos matronas romanas en la justa medida del valor para la dimensión<br />

del héroe: María Isabel Riquelme y Rosa O’Higgins Riquelme. Su madre y su<br />

hermana.<br />

Doña María Isabel Riquelme puso al servicio de su hijo y de la patria, su orgullo,<br />

dignidad y entereza. Por amor al prócer superó con abnegación y sacrificio toda<br />

clase de adversidades. En su juventud, cuando fue injustamente humillada; más<br />

tarde, cuando junto a su hija fue llevada prisionera por los realistas.<br />

Despertó y nutrió en el alma de su hijo las primeras centellas del genio y las<br />

semillas de virtud, nobilísimas cualidades para soñar una patria grande y libre.<br />

Hombre ya, ella fue su mejor confidente; aliento y bálsamo cuando, a través de<br />

las grandes batallas, se avizoraban las cumbres más puras del heroísmo.<br />

El comportamiento de doña Isabel fue el de una mujer espartana. Se ha escrito<br />

que las madres de Esparta no preguntaban por la vida de sus hijos, sino por la<br />

victoria de su patria, y doña Isabel no sólo amaba a su hijo, amaba también a su<br />

patria. Es posible que don Bernardo tuviera conciencia del valor de su madre. A<br />

ella podía hablarle sin temor, ni debilidades.<br />

El distinguido historiador, don Luis Valencia Avaria, nos cuenta en uno de los<br />

episodios conocidos como “camino del Tejar”, que el mismo día, entre los asaltos,<br />

O’Higgins tomó pluma y papel y puso unas letras a su madre. Sabía que no era<br />

mujer de quebrantos. La carta del prócer a su madre dice: “Me hallo con el mando<br />

de las fuerzas unidas en la batería del restaurador, donde nos ha atacado el<br />

enemigo... El ataque de ayer fue furioso: duró por dos horas. Le matamos más<br />

de ochenta hombres, entre ellos sus mejores oficiales. También hemos perdido<br />

oficiales valentísimos y los seguimos hasta la misma plaza de Chillán”. Y agrega<br />

el historiador, “nunca dejó de escribirle entre combates. Pasados los años, cuando<br />

su entusiasmo y su fe le llevaron a la última campaña de la independencia de<br />

América, no fue entonces tan rudo: su madre estaba casi ciega”.<br />

Doña Isabel Riquelme fue en su juventud una mujer de belleza delicada, de<br />

gran señorío y distinción, cualidades que conservó hasta la vejez. Cuando su hijo<br />

fue Director Supremo, supo hacer gala de este señorío en las celebradas tertulias<br />

de la época. En su diario “Residencia en Chile”, la escritora inglesa María Graham<br />

escribía: “Entramos al palacio con menos alboroto y ceremonias que en cualquier<br />

casa particular. La madre del Director, doña Isabel, y su hermana doña Rosa nos<br />

recibieron, no sólo cortésmente, sino con exquisita amabilidad”. Al referirse a<br />

doña Rosa y a las indiecitas que ella cuidaba, señala: “He quedado encantada del<br />

modo tan noble y humano con que les hablaba. En cuanto a doña Isabel, parece<br />

vivir de la fama y grandeza de su hijo, lo contempla con miradas que revelan el<br />

más tierno amor maternal y escucha con singular satisfacción los cumplidos que<br />

le dirigen. Doña Isabel –expresa María Graham– representa mucho menos edad<br />

de la que tiene, y, aunque baja de estatura, es muy hermosa. En doña Rosa se<br />

reproducen en mayor escala los caracteres físicos del Director”.<br />

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