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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Edición c o n m E m o r a t i v a dE l Bi c E n t E n a r i o<br />

en primer lugar sería en mí tomarme demasiada libertad sin derecho alguno,<br />

y, en segundo, sé que v. e. ha dado hasta aquí todos los requisitos para mi<br />

educación”.<br />

“A los veintiún años y a semejanza de su padre, Bernardo O’Higgins no era de<br />

figura esbelta, pero sí de formas proporcionadas. Cubría su cabeza una espesa<br />

cabellera castaña, un tanto rizada y peinada en desorden, a la moda. Los ojos no<br />

eran pequeños ni grandes pero de hermoso color azul.” Se dice que el conjunto<br />

de su rostro era simpático, retratado en él su ancestro irlandés.<br />

Por órdenes de don Nicolás, regresa a Cádiz, pero su situación sigue inestable,<br />

apremiante. Allí logra algunas amistades recomendadas por Miranda. La idea de<br />

libertad se agiganta en su pecho; es ya una fuerza, una estrella, un camino. Un<br />

día don Nicolás le avisa que puede viajar a Chile. O’Higgins se embarca en el<br />

buque “Confianza”. Junto a su magro equipaje, lleva dos pinturas que él ha hecho<br />

para su madre. “Dejó en Cádiz, para que más tarde le fuera embarcado por la<br />

ruta del Cabo de Hornos, un piano fuerte inglés que quería traer a su madre”. A<br />

ella le escribe: “Le pido me encomiende a Dios, como yo la encomiendo a Ud. en<br />

todas mis oraciones. Pues ahora le pido, señora mía, por aquel amor de madre<br />

debido a su hijo, por mis trabajos, por mi amor y, en fin, por el padre que me<br />

dio vida, que no me deje de escribir Ud. a Buenos Aires”. El infortunio le sigue<br />

acompañando. Al cuarto día de navegación, son atacados por enemigos. Vuelve<br />

a Cádiz a casa de don Nicolás sin antes haber sufrido hambre, calor y cansancio.<br />

Una oscura congoja le obliga a escribir nuevamente a su padre; en sus palabras<br />

hay amargura, dolor. “Me he privado últimamente de salir de mi cuarto, por falta<br />

de recursos para la decencia de un hombre de vergüenza. No he molestado a<br />

nadie”. En otra carta su desazón es manifiesta: “Envidia me da ver a todos mis<br />

paisanos recibir cartas de sus padres. Mas yo, ¡pobre infeliz!... de nadie”.<br />

A sus quebrantos, miseria y privaciones, se suma la peste. La fiebre amarilla<br />

estremece Andalucía, ensombrece Cádiz; el joven no escapa a ella y si ha luchado<br />

contra el abandono y la pobreza, lucha ahora contra la muerte. Su cuerpo se<br />

deteriora, el fin parece inminente. Pero es tal vez la luz de su espíritu la que<br />

logra finalmente vencer después de una larga postración. En Cádiz encontró<br />

correspondencia de su madre, quien le anunciaba la muerte de su abuelo, don<br />

Simón Riquelme y que ella y sus hijas se hallaban en precaria situación”. Sin<br />

embargo, le enviaba algún dinero, el que no llegó a su poder. El joven decidió<br />

entonces vender el piano fuerte que, había pensado llevar a Chile.<br />

Sus últimas cartas escritas a su progenitor, “en las que vació tanto dolor y<br />

amargura, no llegaron a su destino”. Don Ambrosio O’Higgins, barón de Vallenar,<br />

marqués de Osorno y Virrey del Perú, fallecía en Lima antes de recibirlas, el 18 de<br />

marzo de 1801. Su padre le ha dejado la gran hacienda Las Canteras existente<br />

en la provincia de la Concepción de Chile, “con tres mil cabezas de ganado de<br />

todas edades, para que la haya y tenga, en virtud de esta disposición, como suya<br />

propia, encargándole procure conservarla y perpetuarla en su familia”.<br />

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