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REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

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Edición c o n m E m o r a t i v a dE l Bi c E n t E n a r i o<br />

de O’Higgins, acaso por el afecto que le demostró. Petronila Riquelme y, más<br />

adelante Demetrio y una indiecita pehuenche también huérfana, de nombre<br />

Patricia, fueron los niños que corretearon en las dependencias de la residencia<br />

directorial al amparo de doña Isabel y su hija”.<br />

Casi todos los historiadores coinciden en señalar que la “intimidad afectiva<br />

del prócer radica principalmente en el cariño hacia su madre y hermana y a la<br />

devoción con que ellas le respondieron”.<br />

O’Higgins vivió en el palacio con el rango que se establecía a su alto puesto.<br />

En el ambiente familiar la vida transcurría apacible. Se dice que “la solicitud de<br />

O’Higgins por su madre y hermana se manifestó en 1818 por una comodidad y<br />

un lujo que les brindó, comprándole un coche para el uso personal de ambas”.<br />

En esa época, la llegada de un piano que don Bernardo había encargado “de su<br />

peculio a Europa”, fue el mayor atractivo para las gratas veladas musicales que<br />

reunía lo más selecto de la alta sociedad santiaguina.<br />

La vida social de la Patria Nueva tuvo en Rosa O’Higgins una cultora entusiasta<br />

e inteligente. Le atraían por igual la música y el teatro. En momentos de solaz<br />

intimidad, “gustaba también del bordado y confeccionaba prendas finísimas”. Don<br />

Bernardo, aunque tranquilo y austero, “no rehuía la compañía de las damas, sobre<br />

todo si eran bonitas, pero fue caballero y moral”. Manifestó grandes simpatías<br />

y un fino interés por doña Manuelita Warnes, la esposa de Joaquín Prieto; “la<br />

distinguía siempre y fue padrino de su hija”.<br />

Fugazmente se menciona también a Merceditas, hija de Tirapegui, agente<br />

comercial de don Bernardo. En su libro, don Luis Valencia Avaria nos cuenta:<br />

“convertido en un hacendado de situación expectable encontró en el hogar de<br />

Tirapegui, la solicitud de Merceditas “quien desea ver a Ud.”, según le insinuaba<br />

el padre casamentero. Al año siguiente todavía le insistía recordándosela con<br />

delicadeza”. Hay otra dama mencionada por Zañartu, a quien el prócer debió<br />

alguna distinción”, pero no existen mayores antecedentes.<br />

Junto a estos nombres que de manera fugaz tocan la vida íntima del Libertador,<br />

surge el de doña Rosario Puga y Vidaurre, quien presumiblemente nació el 6 de<br />

enero de 1796 en Concepción, ya que fue bautizada el día 12 de ese mes y año,<br />

con los nombres de María del Rosario Melchora, nombre este último que lleva<br />

tino de los reyes magos. “En mayo de 1817 llegó O’Higgins a Concepción. Al<br />

dirigirse a Talcahuano conoce a esta hermosa mujer. Hija de un viejo amigo de los<br />

Riquelme y su vecino en Palpal, el coronel Juan de Dios Puga, habíase casado<br />

muy joven con un acaudalado agricultor de Cauquenes, José María Soto Aguilar,<br />

y vivía en Concepción separada de su marido desde hacía tres años.<br />

Doña Rosario Puga y Vidaurre, de quien se dice tenía 21 años y una singular<br />

belleza, “acompañó a O’Higgins a Santiago, donde quedó instalada con su madre<br />

y hermanos en la casa secuestrada a José Santiago Irarrázaval, marqués de Pica”.<br />

Más adelante se trasladó a la propiedad del comerciante español José Nicolás<br />

de Chopitea. Es en esta casa donde doña Rosario dio a luz un niño, el que fue<br />

bautizado en la parroquia de San Isidro como hijo de padres desconocidos, hecho<br />

frecuente en la época y que recibió el nombre de Pedro Demetrio o Demetrio.<br />

“Doña Isabel –expresa don Jaime Eyzaguirre– no perdió de vista al inocente niño,<br />

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