REVISTA LIBERTADOR O'HIGGINS - Instituto Ohigginiano

Edición c o n m E m o r a t i v a dE l Bi c E n t E n a r i o
aquel su nombre”, siendo la madre del sacramentado sub conditione, se debe a
que la legislación hispana prohibía el matrimonio de los funcionarios importantes
con los súbditos bajo su jurisdicción. Los castigos del caso, bastante severos,
aún se aplicaban a quienes reconociesen hijos en los lugares de ejercicio de su
autoridad.
Al disponer por carta a su amigo Juan Albano Pereira que el niño Bernardo
llevara el apellido Higgins, don Ambrosio incurría en un peligroso testimonio de
transgresión jurídica. Sin embargo de lo cual, la postura de óleo y crisma al fruto
de sus amores es razón suficiente para que las lenguas aristocráticas y poco
caritativas de quienes se complacían en hablar de “el huacho O’Higgins”, se
equivocaran del todo en su intención maledicente. Porque es “huacho” o “guacho”
en jerga plebeya, aquel de quien la paternidad es incierta, pero no podía ser más
cierta tratándose del futuro Libertador, Padre de la Patria y Director Supremo don
Bernardo O’Higgins Riquelme. Ya hecho éste un joven revolucionario respecto
del dominio español en América, dadas sus vinculaciones humanas de Londres
y Cádiz, pudo su padre desheredarlo en un rapto de fidelidad a la Corona y por,
la pérdida de su cargo de Virrey en junio de 1800, mas no pasó por su mente
privarlo del apellido bautismal. La prueba es que vuelto don Ambrosio O’Higgins
a la tranquila lucidez de sus horas postreras, por disposición testamentaria de
1801, dejó al haber de Bernardo las 16.500 cuadras de terreno de la hacienda
de San José de las Canteras, bullente de ganado vacuno, caballar y lanar en Los
Ángeles.
3.- PRODUCTO DE BUENA EDUCACIÓN EUROPEA
Andaba el párvulo por los cuatro años de edad, cuando en noviembre de 1782
el señor Higgins dispuso que de casa de los modestos campesinos que lo criaban
cerca de Chillán, se le trasladara al hogar acomodado de su amigo Juan Albano
Pereira en Talca. Un día de mayo de 1788, recientemente nombrado Gobernador
del Reino de Chile, yendo camino de Concepción a Santiago, el conspicuo
Don Ambrosio hace un premeditado alto en aquel hogar para ver al pequeño “y
cerciorarse de lo que podía prometer”. Lo cual no era demasiado, pues el niño
Bernardo a los diez años lee a duras penas y recita sin gallardía sus oraciones.
El visitante se ocupa entonces de disponer que su vástago sea enviado a la villa
de Chillán, donde había nacido en 1778, y de que se le colocara a estudiar en el
“colegio de naturales”, donde los frailes franciscanos alfabetizaban y adoctrinaban
a los retoños de caciques pacificados. Al cabo de unos meses de escolaridad en
ese establecimiento, por mandato de su padre entregan el chico a un hombre de
confianza cuya misión es embarcarlo de Talcahuano al Callao. Una vez en Lima
el año 1790, es confiado a la discreta amistad y al cómodo domicilio del irlandés
Ignacio Blaque, a instancias del distante Gobernador de Chile. Transcurrido un
plazo preparatorio, a la edad de doce años es inscrito en el colegio de San Carlos
el sureño Bernardo Higgins. A mediados de 1794, su padre ordena embarcarlo
del Callao a; Cádiz, siguiendo la ruta del Cabo de Hornos. Aquí permaneció
el muchacho de dieciséis años cumplidos un par de meses en el hogar del
comerciante Don Nicolás de la Cruz, Marqués del Maule a efectos de sus repletas
talegas. Respaldado por una asignación anual de mil quinientos pesos provistos
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