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Tertia Pars - Suma Teológica

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C.7 a.6 La gracia de Cristo en cuanto hombre particular 117<br />

en grado perfectísimo, como se dice en<br />

Le 4,1: Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del<br />

Jordán y era impulsado por el Espíritu al desierto.<br />

Luego es patente que en Cristo se dieron<br />

los dones en grado excelentísimo.<br />

Respuesta a las objeciones: 1. A la<br />

primera hay que decir Lo que es perfecto en<br />

el orden de su propia naturaleza necesita la<br />

ayuda de lo que es de naturaleza superior.<br />

Así el hombre, por perfecto que sea, necesita<br />

ser ayudado por Dios. Y en este sentido<br />

las virtudes necesitan la ayuda de los dones,<br />

porque éstos perfeccionan las potencias del<br />

alma al ser movidas por el Espíritu Santo h .<br />

2. Ala segunda hay que dedr: Cristo no es<br />

receptor y donante de los dones del Espíritu<br />

Santo bajo un mismo aspecto, sino que<br />

los da en cuanto Dios, y los recibe en<br />

cuanto hombre. Por eso dice Gregorio, en<br />

el II Moral. n , que el Espíritu Santo, que procede<br />

de la divinidad de Cristo, no abandonó nunca su<br />

humanidad.<br />

3. A. la tercera hay que decir: En Cristo no<br />

se dio sólo el conocimiento del cielo, sino<br />

también el de la vida terrenal, como luego<br />

se dirá (q.15 a. 10). Y, sin embargo, los<br />

dones del Espíritu Santo permanecen de<br />

algún modo también en el cielo, como se<br />

expuso en la Segunda Parte (1-2 q.68 a.6).<br />

ARTICULO 6<br />

¿Tuvo Cristo el don de temor? i<br />

In Seni. 3 d.15 q.2 a.2 q. a 3; In Is. 11<br />

Objeciones por las que parece que en<br />

Cristo no existió el don de temor.<br />

1. La esperanza es tenida como mejor<br />

que el temor, porque su objeto es el bien,<br />

mientras que el objeto del temor es el mal,<br />

como se explicó en la Segunda Parte (1-2 q.40<br />

a.l; q.41 a.2; q.42 a.l). Pero Cristo no tuvo<br />

la virtud de la esperanza, como antes se ha<br />

dicho (a.4). Luego tampoco poseyó el don<br />

de temor.<br />

2. Aún más: por el don de temor teme<br />

uno o la separación de Dios, que es el<br />

temor casto, o ser castigado por El, lo que<br />

representa el temor servil, como los llama<br />

Agustín en el Supra Canonicam loan. 12 . Ahora<br />

bien, Cristo no temió ni separarse de Dios<br />

por el pecado, ni ser castigado por El a<br />

causa de la culpa, porque no podía pecar,<br />

como luego se dirá (q.15 a.l). Y respecto de<br />

lo imposible no existe el temor. Luego en<br />

Cristo no se dio el don de temor.<br />

3. Y también: en la 1 Jn 4,18 se dice:<br />

La caridad perfecta echa fuera el temor. Pero la<br />

caridad de Cristo fue perfectísima, según Ef<br />

3,19: La caridad de Cristo, que supera toda<br />

ciencia. Luego Cristo no tuvo el don del<br />

temor.<br />

En cambio está lo que se lee en Is 11,3:<br />

Lo llenará el Espíritu del temor del Señor i.<br />

Solución. Hay que decir. Como se expuso<br />

en la Segunda Parte (1-2 q.42 a.l), el temor<br />

se relaciona con dos objetos: uno, el mal<br />

espantoso; otro, la persona que puede causarnos<br />

ese mal, como cuando uno teme al<br />

rey en cuanto tiene el poder de matar. Pero<br />

no se temería al que tiene tal potestad si ésta<br />

no fuese eminente, de modo que no es fácil<br />

hacerle frente; de hecho, no tememos las<br />

cosas que podemos rechazar fácilmente. Y<br />

de esta manera es claro que nadie es temido<br />

más que por su superioridad.<br />

Así pues, hay que decir que en Cristo se<br />

dio el temor de Dios, pero no en cuanto se<br />

refiere al mal de la separación de Dios por<br />

el pecado, ni tampoco en cuanto se relaciona<br />

con el mal del castigo por tal pecado,<br />

sino en cuanto atañe a la misma superioridad<br />

divina, en cuanto que el alma de Cristo,<br />

impulsada por el Espíritu Santo, se movía<br />

hacia Dios con un afecto reverencial. Por<br />

eso se dice en Heb 5,7 que, en todas las<br />

ocasiones, fue escuchado por su reverencial temor.<br />

Este amor reverencial para con Dios lo<br />

tuvo Cristo, en cuanto hombre, de forma<br />

más plena que todos los demás. Y por esto<br />

11. C.56: ML 75,598. 12. Tr.9 sobre 4,18: ML 35,2049; cf. In lo. 15,15 tr.85: ML 35,1849.<br />

h. Mientras las virtudes son hábitos con estabilidad, los dones del Espíritu Santo son mociones<br />

o «inspiraciones divinas» que dinamizan el ejercicio de las virtudes (I-II q.68 a.l c.).<br />

i. Responde a una cuestión histórica. Según Abelardo, el temor de Dios incluiría contradicción<br />

con el amor filial de Jesús. Pero el Conc. de Sens (1140) declaró que «en Cristo se dio el espíritu de<br />

temor del Señor» (DS 731).<br />

j. Los LXX (y después la Vulgata) desdoblan el don de temor en el de piedad. Así llega la<br />

numeración septenaria de los dones.

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