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Tertia Pars - Suma Teológica

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466 Tratado del Verbo encarnado C.54 a.2<br />

por 1 Cor 15,35ss. Ahora bien, parece que<br />

el cuerpo de Cristo, después de la resurrección,<br />

fue animal, puesto que comió .y bebió<br />

con los discípulos, como se lee en Le<br />

24,41 ss y en Jn 21,9ss. Luego da la impresión<br />

de que el cuerpo de Cristo no fue<br />

glorioso.<br />

En cambio está lo que dice el Apóstol<br />

en Flp 3,21: Transformará nuestro cuerpo humilde,<br />

conformándolo con su cuerpo glorioso.<br />

Solución. Hay que decir: El cuerpo de<br />

Cristo fue glorioso en su resurrección. Y<br />

esto déjase ver por tres motivos. Primero,<br />

porque la resurrección de Cristo fue el<br />

ejemplar y la causa de nuestra resurrección,<br />

como se lee en 1 Cor 15,12ss. Y los santos,<br />

en su resurrección, tendrán cuerpos gloriosos,<br />

como se dice en el mismo pasaje (v.43):<br />

Se siembra en vileza y se levantará en gloria. De<br />

donde, por ser la causa superior a lo causado<br />

y el ejemplar a lo copiado, con mucha<br />

mayor razón fue glorioso el cuerpo de Cristo<br />

resucitado.<br />

Segundo, porque mediante la humillación<br />

de la pasión mereció la gloria de la resurrección.<br />

Por lo cual decía El mismo en Jn<br />

12,27: Ahora mi alma está turbada, cosa que<br />

pertenece a la pasión; y luego añade (v.28):<br />

Padre, glorifica tu nombre, con lo que pide la<br />

gloria de la resurrección.<br />

Tercero, porque, como antes se dijo (q.34<br />

a.4), el alma de Cristo fue gloriosa desde el<br />

principio de su concepción a causa de su<br />

perfecta fruición de la divinidad. Pero, por<br />

una disposición divina, sucedió, como arriba<br />

queda expuesto (q.14 a.l ad 2; q.45 a.2),<br />

que la gloria no redundase del alma en el<br />

cuerpo, a fin de que con su pasión realizase<br />

el misterio de nuestra redención. Y, por<br />

tanto, una vez cumplido el misterio de la<br />

pasión y la muerte de Cristo, su alma comunicó<br />

en seguida la gloria al cuerpo, reasumido<br />

en la resurrección. Y, de este<br />

modo, aquel cuerpo se tornó glorioso.<br />

Respuesta a las objeciones: 1. A la<br />

primera hay que decir: Lo que se recibe en un<br />

sujeto, se recibe en conformidad con el<br />

modo de ser de quien lo recibe. Por consiguiente,<br />

como la gloria del cuerpo se deriva<br />

del alma, según dice Agustín, en la Epístola<br />

Ad Dioscorum 12 , el resplandor o la claridad<br />

del cuerpo glorioso es conforme al color<br />

natural del cuerpo humano, así como el<br />

cristal de diversos colores recibe el resplandor<br />

de la iluminación del sol en conformidad<br />

con el modo de ser de su propio color.<br />

Así como está en manos del hombre glorificado<br />

el que su cuerpo se vea o deje de<br />

verse, como antes se ha dicho (a.l ad 2), así<br />

también está en su poder el que se vea o no<br />

se vea su claridad. Por lo cual puede ser<br />

visto en su propio color sin claridad de<br />

ninguna clase. Y éste es el modo en que<br />

Cristo se apareció a sus discípulos después<br />

de la resurrección.<br />

2. A la segunda hay que decir: Se afirma<br />

que un cuerpo es palpable, no sólo por<br />

razón de la resistencia, sino también por<br />

razón de su consistencia. Pero a lo ralo y a<br />

lo denso siguen lo grave y lo leve, lo cálido<br />

y lo frío, y otras cualidades contrarias por<br />

el estilo, que son los principios de la corrupción<br />

de los cuerpos elementales. De donde,<br />

el cuerpo que es palpable al tacto humano,<br />

es corruptible por naturaleza. Mas si existe<br />

algún cuerpo resistente al tacto que no esté<br />

dispuesto conforme a las cualidades predichas,<br />

que son los objetos propios del tacto<br />

humano, como acontece con el cuerpo celeste,<br />

tal cuerpo no puede llamarse palpable.<br />

Ahora bien, el cuerpo de Cristo, después de<br />

la resurrección, siguió compuesto de elementos,<br />

conservando en sí mismo las cualidades<br />

tangibles, de acuerdo con lo que<br />

requiere la naturaleza del cuerpo humano;<br />

y, por tal motivo, era naturalmente palpable.<br />

Y, de no haber tenido algo que sobrepasase<br />

la naturaleza del cuerpo humano,<br />

hubiera sido incluso corruptible. Pero tuvo<br />

alguna otra cosa que lo volvía incorruptible;<br />

no, por cierto, la naturaleza del cuerpo<br />

celeste, como algunos sostienen 13 , sobre lo<br />

que luego se investigará más (véase Suppi,<br />

q.82 a.l), sino la gloria que redunda del<br />

alma bienaventurada, porque, como dice<br />

Agustín Ad Dioscorum , Dios hizo el alma de<br />

una naturaleza tan poderosa, que de su bienaventuranz,<br />

plenísima redundase sobre el cuerpo la<br />

plenitud de la salud, es decir, la fuerza de la<br />

incorrupción. Y por eso, como escribe Gregorio,<br />

en el pasaje aducido 15 , el cuerpo de Cristo,<br />

después de la resurrección, muestra que era de la<br />

misma naturaleza, pero de distinta gloria.<br />

3. A la tercera hay que decir. Como escribe<br />

Agustín, en XIII De Civ. Dei u \ Nuestro<br />

12. Epist. 118 c.3: ML 33,459. 13. Cf. ALEJANDRO DE HALES, Summa Theol., P.3 q.2 m.2 a.2<br />

§ 1, Ad secundum autem notandum est (III,68rb). 14. Epist. 118 c.3: ML 33,459. 15. In<br />

Evang., 1.2 homil.26: ML 76,1198. 16. C.22: ML 41,395.

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