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Tertia Pars - Suma Teológica

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382 Tratado del Verbo encarnado C.44 a.3<br />

como es manifiesto por lo que dice el Señor<br />

en Jn 9,2-3: Ni pecó éste, ni pecaron sus padres,<br />

para que naciera ciego. Luego no fue necesario<br />

que perdonase los pecados a los hombres<br />

que buscaban la curación de los cuerpos,<br />

como se lee que hizo con el paralítico, en<br />

Mt 9,2. Sobre todo porque, siendo una cosa<br />

menor la salud corporal que el perdón de<br />

los pecados, no parece ser un argumento<br />

convincente de que pudiera perdonar los<br />

pecados.<br />

4. Por último: los milagros de Cristo<br />

fueron hechos para confirmación de su<br />

doctrina y como testimonio de su divinidad,<br />

como antes se dijo (q.43 a.4). Ahora bien,<br />

nadie debe impedir el fin de su obra. Luego<br />

parece desacertado que Cristo prohibiese a<br />

los curados milagrosamente que lo dijesen<br />

a nadie, como es evidente en los pasajes de<br />

Mt 9,30 y Me 8,26; sobre todo cuando a<br />

algunos otros les ordenó publicar los milagros<br />

de que se habían beneficiado, como en<br />

Me 5,19 se lee que dijo al que había liberado<br />

de los demonios: Vete a tu casa, a los tuyos, y<br />

anuncíales cuanto el Señor ha hecho contigo.<br />

En cambio está lo que se lee en Me 7,37:<br />

Todo lo hizo bien: hizo oír a los sordos y hablar<br />

a los mudos.<br />

Solución. Hay que decir: Lo qúfe se ordena<br />

a un fin debe guardar proporción con tal<br />

fin. Ahora bien, Cristo vino al mundo y<br />

enseñó con el fin de salvar a los hombres,<br />

conforme a las palabras de Jn 3,17: Dios no<br />

envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo,<br />

sino para que el mundo se salve por él. Y por esto<br />

fue conveniente que Cristo mostrase, especialmente<br />

mediante las curaciones milagrosas<br />

de los hombres, que era el Salvador<br />

universal y espiritual de todos '.<br />

Respuesta a las objeciones: 1. A la<br />

primera hay que decir: Los medios que tienden<br />

a la consecución de un fin se distinguen del<br />

mismo fin. Y los milagros hechos por Cristo<br />

se ordenan, como a su fin, a la salud de<br />

la parte racional, que consiste en la ilustración<br />

de la sabiduría y en la justificación de<br />

los hombres. Lo primero presupone lo segundo,<br />

porque, como se dice en Sab 1,4, en<br />

alma perversa no entrará la Sabiduría, ni habitará<br />

en cuerpo sometido al pecado. Ahora bien, no era<br />

conveniente justificar a los hombres sin su<br />

consentimiento, porque esto hubiera sido<br />

contra la noción de justicia, que implica la<br />

rectitud de la voluntad; y también hubiera<br />

sido contra la esencia de la naturaleza humana,<br />

que ha de ser llevada al bien libremente<br />

y no por coacción. Cristo, pues,<br />

justificó interiormente a los hombres con su<br />

virtud divina, pero no contra la voluntad de<br />

los mismos. Esto no es propiamente un<br />

milagro, pero pertenece al fin de los milagros.<br />

Igualmente, también con su poder<br />

divino infundió la sabiduría a los discípulos<br />

sencillos, por lo que les dice El en Le 21,15:<br />

Yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que<br />

no podrán resistir ni contradecir todos vuestros<br />

adversarios. Tal iluminación interior no se<br />

cuenta entre los milagros visibles, sino sólo<br />

en su aspecto exterior, a saber, en cuanto<br />

que los hombres veían a quienes eran iletrados<br />

y sencillos hablar tan sabiamente y con<br />

tanta entereza. Por eso se lee en Act 4,13:<br />

Viendo, los judíos, la valentía de Pedro y Juan<br />

y considerando que eran hombres sin letras e<br />

ignorantes, se maravillaban. Y, sin embargo,<br />

aunque estos efectos espirituales se distingan<br />

de los milagros visibles, son, no obstante,<br />

testimonio de la doctrina y del poder de<br />

Cristo, conforme al pasaje de Heb 2,4: Testificando<br />

Dios con señales y prodigios, con diversos<br />

milagros y dones del Espíritu Santo.<br />

No obstante, sobre las almas de los hombres,<br />

principalmente en lo que se refiere a<br />

cambiar las potencias inferiores, hizo Cristo<br />

algunos milagros. Por lo cual Jerónimo, a<br />

propósito de Mt 9,9 —«levantándose le siguió»—><br />

comenta 33 : El mismo resplandor y la<br />

majestad de la divinidad oculta, que se transparentaba<br />

también en su rostro humano, podía atraer<br />

hacia El a los que le contemplaban a primera vista.<br />

Y sobre aquellas palabras de Mt 21,12<br />

—«arrojaba a todos los que vendían y compraban»—<br />

dice el mismo Jerónimo 34 : Entre<br />

todos los prodigios que hizo el Señor, éste me parece<br />

el más admirable: Que un hombre solo, y sin<br />

prestigio en aquel tiempo, pudiera expulsar, a<br />

golpes de látigo, a tan gran muchedumbre. Sino que<br />

de sus ojos resplandecía una mirada toda fuego y<br />

brillante, y la majestad de la divinidad se traslucía<br />

en su rostro. Y Orígenes, In loann. 35 , escribe:<br />

Este milagro es mayor que el del agua convertida<br />

en vino, porque allí permanece la materia inanimada,<br />

mientras que aquí quedan subyugados los<br />

33. L.1: ML 26,57. 34. L.3: ML 26,157. 35. Homil. 11: MG 14,351.<br />

c. Los milagros no sólo son para enseñar, sino también para liberar o salvar a los hombres («obras<br />

buenas» según Jn 5,36).

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