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Tertia Pars - Suma Teológica

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752 Tratado de los Sacramentos C.83 a.4<br />

forma de alabanza todo lo que hay en la Sagrada<br />

Escritura.<br />

La segunda parte recuerda la miseria presente<br />

al pedir misericordia, diciendo Señor,<br />

ten piedad tres veces dirigiéndose al Padre;<br />

tres dirigiéndose al Hijo, cuando se dice:<br />

Cristo, ten piedad, y tres dirigiéndose al Espíritu<br />

Santo, al decir de nuevo Señor, ten piedad.<br />

Se dice tres veces contra la triple miseria de<br />

la ignorancia, de la culpa y de la pena; o<br />

también para significar que las tres personas<br />

están presentes la una en la otra.<br />

La tercera parte recuerda la gloria celestial,<br />

a la cual estamos destinados después de<br />

la presente miseria, diciendo: Gloria a Dios<br />

en el délo. Se canta en las fiestas porque en<br />

ellas se recuerda la gloria celestial, y se<br />

omite en los oficios de luto, que recuerdan<br />

nuestra miseria.<br />

La cuarta parte contiene la Oración que<br />

hace el sacerdote por el pueblo, para que<br />

todos sean dignos de tan grandes misterios.<br />

En segundo lugar, sigue la instrucción del<br />

pueblo fiel, porque este sacramento es misterio<br />

de fe, como se ha dicho más arriba (q.78<br />

a.3 ad 5). Esta enseñanza tiene lugar inicialmente<br />

con la doctrina de los Profetas y de<br />

los Apóstoles, que viene proclamada en la<br />

Iglesia por los lectores y los subdiáconos.<br />

Después de esta lectura, el coro canta el<br />

gradual, que significa el progreso de la vida,<br />

y el aleluya, que significa la alegría espiritual,<br />

o el tracto, en los oficios luctuosos, que<br />

significa el llanto espiritual. Estos son, en<br />

efecto, los frutos que debe producir en los<br />

fieles la doctrina indicada.<br />

Ahora bien, al pueblo se le instruye de<br />

modo perfecto con la doctrina de Cristo,<br />

contenida en el Evangelio, leído por los ministros<br />

más importantes, o sea, por los<br />

diáconos. Y puesto que creemos a Cristo<br />

como a la Verdad divina, según aquello de<br />

Jn 8,46: Si os digo la verdad, ¿por qué no me<br />

creéis?, una vez leído el Evangelio, se canta el<br />

símbolo de la fe con el que el pueblo manifiesta<br />

su asentimiento a la doctrina de Cristo<br />

por la fe. El símbolo, sin embargo, se<br />

canta en las fiestas de quienes se hace<br />

alguna mención en él, como son las fiestas<br />

de Cristo, de la Santísima Virgen y de los<br />

Apóstoles, que fundamentaron nuestra fe, y<br />

en otras semejantes.<br />

Y, una vez que el pueblo ha sido preparado<br />

e instruido de esta manera, se pasa a la<br />

celebración del misterio. Un misterio que se<br />

ofrece como sacrificio, y se consagra y se<br />

toma como sacramento. Porque primero se<br />

hace la oblación, después se consagra la materia<br />

ofrecida y, finalmente, se recibe esta<br />

ofrenda. En la oblación hay que distinguir<br />

dos momentos: la alabanza del pueblo con<br />

el canto del ofertorio, que significa la alegría<br />

de los oferentes, y la oración del sacerdote,<br />

que pide que la oblación del pueblo sea<br />

agradable a Dios. Por eso en 1 Par 29,17<br />

dice David: Con sendlletz de corazón te he ofrecido<br />

todas estas cosas, j ahora veo que tu pueblo,<br />

aquí reunido, te ofrece espontáneamente tus dones.<br />

Y después (v.18) ora diciendo: Señor, Dios,<br />

manten siempre en ellos esta disposición de ánimo.<br />

En lo que se refiere después a la consagración,<br />

que se realiza por virtud sobrenatural,<br />

primeramente se suscita la devoción del<br />

pueblo en el prefacio con el que se invita a<br />

levantar el corazón al Señor. Y, por eso, una vez<br />

terminado el prefacio, el pueblo alaba devotamente<br />

tanto la divinidad de Cristo, diciendo<br />

con los ángeles (Is 6,3): Santo, santo, santo,<br />

como su humanidad, cantando con los niños<br />

(Mt 21,9): Bendito el que viene. Posteriormente,<br />

el sacerdote recuerda secretamente en<br />

primer lugar a aquellos por quienes se ofrece<br />

este sacrificio, o sea: la Iglesia universal,<br />

a los que están constituidos en autoridad (1 Tim<br />

2,2), y especialmente a quienes ofrecen o por<br />

quienes se ofrece este sacrificio. En segundo lugar<br />

recuerda a los santos, cuyo patrocinio implora<br />

sobre las personas ya recordadas diciendo:<br />

Unidos en la misma comunión, veneramos la memoria,<br />

etc. Finalmente, concluye la petición<br />

con las palabras: Acepta, pues, esta oblación,<br />

etc., para que esta oblación sea salutífera<br />

para aquellos por quienes se ofrece.<br />

Y, seguidamente, llega el sacerdote a la<br />

consagración misma. Y pide primeramente<br />

que la consagración obtenga su efecto diciendo:<br />

santifica plenamente esta ofrenda. En<br />

segundo lugar, realiza la consagración con<br />

las palabras del Salvador diciendo: El cual,<br />

la víspera de su pasión, etc. En tercer lugar, el<br />

sacerdote se excusa de esta audacia declarando<br />

haber obedecido al mandato de Cristo,<br />

con las palabras: Por tanto, nosotros tus<br />

siervos, recordando tu pasión. En cuarto lugar,<br />

suplica que el sacrificio realizado sea acepto<br />

a Dios, cuando dice: Dígnate, Señor, mirar<br />

propido, etc. Y, finalmente, invoca el efecto<br />

de este sacrificio y sacramento: para los<br />

mismos que lo toman al decir: Humildemente<br />

te rogamos; para los muertos, que ya no lo<br />

pueden recibir, cuando dice: Acuérdate también,<br />

Señor, etc., y especialmente para los<br />

mismos sacerdotes que lo ofrecen, diciendo:<br />

También a nosotros, pecadores, etc.

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