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Tertia Pars - Suma Teológica

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C.56 a.l Sobre la causalidad de la resurrección de Cristo 481<br />

resurrección, lo primero fue la resurrección<br />

de Cristo, como es manifiesto por lo dicho<br />

anteriormente (q.53 a.3). Por lo cual es<br />

necesario que la resurrección de Cristo sea<br />

causa de nuestra resurrección. Y esto es lo<br />

que dice el Apóstol en 1 Cor 15,20-21:<br />

Cristo resucitó de entre los muertos como primicias<br />

de los que duermen; porque por un hombre vino la<br />

muerte, y por un hombre viene la resurrección de los<br />

muertos.<br />

Y esto, con razón. Porque el principio de<br />

dar vida a los hombres es el Verbo de Dios,<br />

del que se dice en el Sal 35,10: En ti está la<br />

fuente de la vida. De donde El mismo dice en<br />

Jn 5,21: Como el Padre resunta a los muertos y<br />

les da la vida, así también el Hijo da la vida a<br />

los que quiere. Ahora bien, es propio del<br />

orden natural de las cosas, establecido por<br />

Dios, que cualquier causa obre, en primer<br />

lugar, sobre lo que le es más próximo y, a<br />

través de ello, actúe sobre las otras cosas<br />

que están más lejos. Así como el fuego<br />

calienta primero el aire cercano, y por medio<br />

de él los cuerpos distantes, también<br />

Dios ilumina primero las sustancias próximas<br />

a El, y mediante ellas ilumina las más<br />

alejadas, como dice Dionisio, en el c.13 de<br />

Cael. Hier. 5 . Y, por este motivo, el Verbo<br />

de Dios da primeramente la vida al cuerpo<br />

que le está naturalmente unido, y por medio<br />

de él causa la resurrección en todos los<br />

demás.<br />

Respuesta a las objeciones: 1. A la<br />

primera hay que decir: Como acabamos de<br />

exponer (en la sol.), la resurrección de Cristo<br />

es causa de la nuestra por la virtud del<br />

Verbo unido. Este obra según su voluntad.<br />

Y por eso no es necesario que el efecto se<br />

siga al instante, sino conforme a la disposición<br />

del Verbo de Dios, de modo que<br />

primero nos configuremos con Cristo que<br />

padece y muere en esta vida pasible y mortal,<br />

llegando después a participar de la semejanza<br />

de su resurrección.<br />

2. A la segunda hay que decir: La justicia<br />

de Dios es la causa primera de nuestra<br />

resurrección; y la resurrección de Cristo es<br />

la causa segunda, y como instrumental. Sin<br />

embargo, aunque la virtud del agente principal<br />

no esté obligada a servirse de ese<br />

instrumento de un modo determinado, desde<br />

el momento en que obra por medio de<br />

tal instrumento, éste es causa del efecto. Así<br />

pues, la justicia divina, en lo que de ella<br />

depende, no está obligada a causar nuestra<br />

resurrección por medio de la resurrección<br />

de Cristo, ya que pudo librarnos de un<br />

modo distinto del que suponen la pasión y<br />

la resurrección de Cristo, como antes se ha<br />

dicho (q.46 a.2). Pero, una vez que decretó<br />

librarnos de ese modo, resulta evidente que<br />

la resurrección de Cristo es causa de nuestra<br />

resurrección.<br />

3. A. la tercera hay que decir: Hablando con<br />

propiedad, la resurrección de Cristo no es<br />

causa meritoria de nuestra resurrección, pero<br />

sí es causa eficiente y ejemplar. Eficiente<br />

ciertamente, en cuanto que la humanidad de<br />

Cristo, en la que resucitó, es en cierto modo<br />

instrumento de la misma divinidad, y obra<br />

por la virtud de ésta, como antes se ha<br />

dicho (q.13 a.2 y 3; q.19 a.l; q.43 a.2). Y,<br />

por tanto, así como las demás cosas que<br />

Cristo hizo o padeció en su humanidad son<br />

saludables para nosotros por la virtud de su<br />

divinidad, como arriba se ha dicho (q.48<br />

a.6), así también la resurrección de Cristo<br />

es causa eficiente de nuestra resurrección<br />

por la virtud divina, de la que es propio dar<br />

vida a los muertos. Virtud que alcanza con<br />

su presencia todos los lugares y tiempos. Y<br />

tal contacto virtual basta para que se realice<br />

la noción de causa eficiente. Y porque,<br />

como acabamos de decir (ad 2), la causa<br />

primordial de la resurrección de los hombres<br />

es la justicia divina, por la cual tiene<br />

Cristo el poder de juagar por cuanto es el Hijo del<br />

hombre (cf. Jn 5,27), el poder efectivo de su<br />

resurrección se extiende no sólo a los buenos<br />

sino también a los malos, que están<br />

sujetos a su juicio.<br />

Así como la resurrección del cuerpo de<br />

Cristo, por estar tal cuerpo unido personalmente<br />

al Verbo, es la primera en el tiempo, así<br />

también es la primera en la dignidad y en la<br />

perfección, como dice la Glosa 6 a propósito de<br />

1 Cor 15,20.23. Y lo perfectísimo es siempre<br />

el ejemplar a imitar, a su modo, por las<br />

cosas que son menos perfectas. Por este<br />

motivo, la resurrección de Cristo es el ejemplar<br />

de la nuestra. Lo cual no es necesario<br />

por parte del que resucita, que no necesita<br />

de un ejemplar, sino por parte de los resucitados,<br />

que necesitan conformarse con<br />

aquella resurrección, según palabras de Flp<br />

3,21: El cual transformará nuestro cuerpo miserable,<br />

configurándolo con su cuerpo glorioso. Pero,<br />

aunque la eficiencia de la resurrección de<br />

Cristo se extienda lo mismo a la resurrección<br />

de los buenos que a la de los malos, la<br />

5. § 3: MG 3,301. 6. Glossa interl. (VI,58r); Glossa LOMBARDI: ML 191,1678.

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