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amoniacales que se advierten en muchas circunstancias.
Sin embargo, en la generalidad
de los casos es preferible emplear para ese fin
otras substancias menos peligrosas por sí mis-
.mas, como son los sulfatos de cal, de hierro,
etcétera, que llenan ese mismo objeto en el
estado de polvo ó de disolución. De ahí que
en las cuadras se consiga librar á los animales
del mal olor de la atmósfera en que viven
muy á menudo, echando yeso sobre la cama.
Indudablemente el amoníaco, por las numerosas
aplicaciones que de él se hacen, es
uno de los cuerpos más importantes que el
hombre puede utilizar. Se emplea siempre con
éxito en la curación de un padecimiento que
contraen las bestias á consecuencia de haber
comido en cantidad excesiva forrajes como la
alfalfa y el trébol, que dan origen á la formación
de gases ácidos en el estómago y en
los intestinos, produciendo el meteorismo,
que causa en breve tiempo la muerte de los
animales si no se los medicina oportunamente.
Precisamente 32 gramos de amoníaco, disueltos
en bebidas mucilaginosas, curan casi
instantáneamente á un buey ó un caballo, y
8 ó 10 gramos bastan para evitar la muerte
•de un carnero, una cabra, etc. La acción del
amoníaco en estos casos se reduce á transformar
en sales fijas los ácidos gaseosos cuya
formación determina el padecimiento.
También se utiliza con gran resultado la
causticidad del amoníaco para neutralizar en
las heridas los efectos que causan las mordeduras
venenosas de las víboras, de los perros
rabiosos, de las avispas y de las abejas. Siempre
que se emplee el amoníaco en tales circunstancias,
es necesario cuidar de que penetre
el álcali en la profundidad de la llaga, á fin
de que pueda obrar eficazmente. Otra propiedad
curiosa que también posee el álcali volátil
es la de disipar casi instantáneamente los efectos
de la embriaguez, empleándole en la dosis
de cinco á seis gotas en un vaso de agua azucarada.
Las aplicaciones que de ese cuerpo se hacen
en las artes son bien importantes en sumo
grado. Sacan partido de sus preciosas cualidades
los encargados de desengrasar substancias,
los tintoreros y los fabricantes de perlas falsas.
Pero lo que para nosotros es mucho más
interesante es que la agricultura, conforme
tenemos indicado, puede emplear las sales
amoniacales para favorecer la vegetación, es
decir, para acrecentar notablemente las cosechas.
M. Pierre, que ha estudiado esa substancia
como elemento adecuado para forzar la
producción agrícola, digámoslo así, afirma en
su Tratado de química agrícola que de sus
experimentos resultan exactas las cifras que
Teproducimos á continuación:
Ooseeha de heno y retoño por hectárea
sin abono 3.820 kilos.
Abonando con 333 kilos de clorhidrato
de amoníaco 9.906 —
Mxceso de producción 6.0S6 kilos.
— 219 —
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También ha hecho otro experimento que
debemos citar, sirviéndose para el abono de
distinto compuesto de amoníaco, obteniendo
los resultados siguientes:
Sin abono 3.820 kilos.
Abonando con 250 kilos de sulfato de
amoníaco 5.564 —
JZxceso de producción 1.744 kilos.
Las cifras consignadas revelan con incontrastable
elocuencia cuan beneficiosa es la influencia
fertilizante que las sales amoniacales
poseen, por lo cual en la fabricación de abonos
habrá de tenerse siempre en cuenta la
cantidad de amoníaco que esas preparaciones
contengan.
La fermentación pútrida que se determina
en las materias orgánicas cuando cesa la
vida y en todas aquellas substancias cuyo
principal elemento es el ázoe, origina amoníaco
en cantidad siempre proporcional á la de
ese cuerpo simple. Precisamente el ser el amoníaco
la base de los abonos; la gran facilidad
que posee para disolverse en el vehículo común;
la provechosa influencia que ejercen en
la vegetación las sales amoniacales, han sido
razones para que la mayoría de los agrónomos
entiendan que el amoníaco es el único cuerpo
capaz de suministrar ázoe á las plantas, y
que de esa substancia se nutren para componer
en su interior las materias orgánicas azoadas.
Por lo mismo se ha venido admitiendo
durante largos años que el amoníaco se infiltra
directamente en los vegetales, y en atención
á la facilidad con que se disuelve en el
agua, se ha pretendido que las raíces eran el
órgano apropiado para la absorción de esa
substancia, y para introducirla en la estructura
de las plantas que han de elaborarla.
Para explicar el hecho de que también abunde
el ázoe en los vegetales que crecen en terrenos
estériles y á los cuales no llegan los
cuidados del hombre, se invocó muy luego el
descubrimiento de la existencia del amoníaco
en el aire; descubrimiento que hiciera Saussure
y que comprobaron Liebig y Kemp.
Sin embargo, como también existe en la
atmósfera ácido nítrico, y como algunos compuestos
distribuidos por los terrenos resultaron
provechosos, aun cuando se hallasen desprovistos
de álcali volátil, á condición de ser
ricos en ácido nítrico, admítese que también
éste se puede convertir en fuente de ázoe para
el reino vegetal. Kuhlmann, aceptando la
afirmación de que posee también excelentes
propiedades el ácido nítrico, pretende que se
atribuya exclusivamente al amoníaco la función
de que ocupándonos venimos, y con tal
propósito intentó demostrar que en el seno de
la capa cultivable el ácido nítrico se convierte
en amoníaco gracias á la presencia de materias
orgánico-carboníferas que nunca faltan
en los terrenos; materias que mediante el
carbono que poseen despojan de oxígeno al
mismo ácido nítrico. La idea de que el amo-