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preparado faltaba alúmina, podía objetarse
que ésta absorbe el amoníaco, y sólo gradualmente
le va cediendo, por lo cual debía imputarse
á la acción demasiado enérgica de la
disolución amoniacal la muerte de la primera
planta sometida á la experiencia. De aquí que
se agregase alúmina á la vasija segunda para
proseguir los riegos con la disolución amoniacal;
pero también en este caso la planta fué
desmejorando, y de ahí que el experimentador
dedujese la conclusión de que para ser
útiles á la vegetación las sales amoniacales necesitan
entrar por una vía distinta de las raíces,
siendo á este propósito digno de observación
el hecho de que si las raíces de las
plantas profundizan mucho en el terreno, es
posible que el amoníaco no pueda acercarse á
las partes de la raíz destinadas á absorberle.
Si se considera que las tierras son un poderosísimo
agente de absorción respecto del
amoníaco, fácilmente nos daremos cuenta de
esa observación. Desde luego no estamos seguros
de que el álcali volátil, aun cuando se
abriera camino hasta allí, se presente realmente
en el estado en que podemos observarle
en nuestros laboratorios. De todos modos, el
gran número de reacciones que se verifican
entre los cuerpos que constituyen el conjunto
que denominamos terreno; la dificultad de
señalar cuáles son los cuerpos que durante
esas reacciones se forman, y la disposición en
que se presentan, todo induce á creer que,
atravesando el suelo arable para descender á
las capas inferiores, el amoníaco sufre modificaciones
complicadas que le vuelven menos
letal para las plantas.
Mas, ¿habremos de deducir de todas las precedentes
consideraciones que el amoníaco por
sí mismo sea directamente inútil á la vegetación?
Semejante conclusión sería demasiado
precipitada y violenta. No es posible negar
rotundamente la acción del amoníaco en la
vegetación, pero no es aventurado afirmar, no
obstante cuanto en contrario se ha venido
creyendo, que tal vez penetre el álcali volátil
en los organismos vegetales, no por las raíces,
sino j>or las hojas, cual ocurre con el ácido
carbónico. En apoyo de esa opinión se pueden
citar algunos hechos.
Hacia el año de 1846 se advirtió en Ñapóles
que el amoníaco purificado en la proximidad
de algunas plantas de wolchameria producía
efectos realmente admirables, haciendo crecer
de esa manera frondosos los órganos foliáceos
de las plantas. Esa observación se vio confirmada
por M. Ville en París, y por Magnus
en Alemania, el cual practicó sus experiencias
con dos plantas de cebada colocadas en
dos vasos distintos, uno de los cuales contenía
tierra fértilísima, y en el estado normal en que
se había recogido, mientras que la tierra del
otro se había sometido durante mucho tiempo
al fuego, bajo la acción de una corriente de
oxígeno, á fin de despojar á la masa de todo
residuo orgánico, y se había colocado, sin
embargo, de tal manera que pudiera recibir
los efluvios de tierra de la misma clase, sin hallarse
empero en contacto con ella. Precisamente
la planta colocada en la última creció
y se multiplicó mejor que la que crecía sobre
la primera tierra.
No nos extenderemos en consideraciones
acerca de ese hecho bastante significativo, mas
en cambio no nos parece oportuno guardar
silencio acerca de un experimento hecho por
un ilustrado agrónomo italiano. Tomó dos vasos
iguales por su capacidad, de tierra cocida,
y con los bordes vueltos de manera que pudiese
colocarse sobre ellos una campana; los llenó
con tierra artificial formada de ladrillo en polvo,
alúmina, carbonato de cal, silicato de potasa
soluble, carbonato de la misma base, fosfato
de cal y óxido de hierro, todo ello en
proporción suficiente para que la planta absorbiese
las cantidades que su organismo reclamase.
En una de las vasijas se depositó una
semilla de guisante, y sobre ella un embudo
de vidrio, para que apenas naciese la planta
se abriese camino á través del tubo; en la otra
vasija se echaron algunos granos de cebada,
y sobre la tierra se extendió una capa de arcilla
bien empastada, con objeto de que el
amoníaco suspenso en el aire no penetrase en
aquélla. Al cabo de algunos días asomaban
por el embudo las primeras hojas; entonces
se cubrieron ambas vasijas con sus respectivas
campanas, y en ellas se formó una atmósfera
artificial, á la cual se hacían pasar diariamente
de 20 á 100 centímetros cúbicos
de ácido carbónico. Bajo la misma campana
se dispuso una cazoleta que contenía subcarbonato
de amoníaco; ambas plantas crecieron
y prosperaron, mas no dieron semillas perfectas.
Esta experiencia parece demostrar de una
manera irrecusable que el amoníaco para alimentar
á las plantas penetra por los órganos
foliáceos; mas no explica de qué manera surge
hasta las hojas el amoníaco que se encuentra
en el terreno próximo á las raíces. Para darse
cuenta de lo que ocurre en ese caso es necesario
examinar las reacciones que ofrecen las
sales de base amoniacal y de ácido fijo en presencia
de los carbonatos térreo-alcalinos. Según
Boussingault, mezclando el carbonato de
amoníaco y el sulfato de cal, cuando ambas
sales se hallan disueltas, se verifica un trueque
de los componentes, formándose sulfato
de amoníaco por una parte y carbonato de
cal por otra; pero si en lugar de colocar las
dos sales disueltas, y una en presencia de otra,
se mezclan en estado de polvo y se bañan únicamente
hasta el punto que sea necesario para
favorecer la reacción , sin disolver los productos,
esa reacción no llega á verificarse. Colocando,
pues, sulfato de amoníaco y carbonato
de cal, se realiza una reacción inversa de la
poco antes descrita, la cual prosigue hasta
que se agrega agua bastante para disolver los
productos, ya que en ese momento cesa toda
reacción y se verifica la contraria. Si después
se deja evaporar el exceso de humedad, la